EPISODIO CERO (PARTE I)

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Era una mañana hermosa la que acariciaba las ventanas de la torre sur, por las cortinas se colaba un poco de la luz amarilla del exterior, y se podían escuchar los cánticos de las aves picoteando desde afuera la masilla del vidrio, revoloteando y chocando ligeramente con la tela aterciopelada de color rojo que decoraba el borde del ventanal. Dentro, había una enorme habitación.

La mueblería era de color rojo carmesí, con pequeños terminados en bordados color dorado, a juego con los estantes, los roperos y la cama bañados en oro dando pequeños destellos al ser tocados por la luz del sol. La cama estaba rodeada por lino tejido a mano y bañado en extracto de frambuesa para obtener un color rojo opaco y un aroma a fruto silvestre que impregnaba los pulmones de quien decidiese entrar a la habitación, y justamente, así ocurrió.

La persona que entró al cuarto en ese momento fue anunciada por el sonido de las escaleras de mármol que daban con la entrada a la habitación, sonaban agudos y secos, eran zapatos elegantes para dama, y a juzgar por el tiempo del sonido, iba a prisa.

Al abrir la puerta la visita entró ni corta ni perezosa atravesando la habitación y sintiendo como el aroma a frambuesa llegaba a su nariz y pulmones, se tambaleó un poco por la impresión tan fuerte del dulce olor pero continuó con su andanza hasta alcanzar la delicada tela de la cama y correrla de un lado a otro.

– Joven Ángelus, ya es hora de sus clases matutinas — se escuchó decir.

Era una mujer de unos aparentes 47 años, con el cabello platinado finamente recogido en un bollito con terminaciones en piedrecitas rojas, su nariz respingona, ojos caídos de un color negro profundo que le daban un aspecto de nobleza y solemnidad, no se encontraba enojada, pero su voz era estridente y demandante.

— ¿No podemos suspender las clases por hoy, Madame Julianna? — le respondió un confundido joven desde la cama, haciendo pequeños estiramientos de brazos para tratar de alejar los restos de sueño que traía encima—. Recuerde que es mi día especial...

— Puede que sea su cumpleaños, joven Ángelus, pero su tío ha dejado reglas claras y usted debe estudiar hoy, sin importar que esté un año más cerca de su muerte natural. —

Madame Julianna se limitó a caminar hacia el ventanal y con decisión abrió las cortinas.

El aire y la luz ahora podían entrar con completa libertad a la habitación, aligerando el fuerte aroma de la frambuesa e iluminando todo el lugar con los calientes rayos del sol.

Ángelus dio un pequeño bufido y acompañado de sonidos provocados por el esfuerzo de tratar de levantarse de la cama logró incorporarse y sentarse en el borde de esta.

El sol le daba en la cara, dejando ver su piel de un color canela claro, típico de cualquier Amaynn de raza pura, o bien, de alguien que ha pasado mucho tiempo en el sol. De hecho, Ángelus podría pasar como cualquier otro Amaynn del ejército imperial, era alto para sus 20 años, tenía un cuerpo delgado, nariz pequeña y unas manos un poco grandes, lo único que lo diferenciaba de los Amaynnes (o de todo el mundo en Helldonn) era su cabello.

Los Amaynnes de pura cepa son conocidos por su piel canela y su cabello color negro azulado o violeta, además de sus ojos verdes o grises. En cambio, Ángelus poseía un cabello rosado pálido (un color muy poco común en los Amaynnes), desordenado en ese momento por su buen dormir, y cayendo en su cara completamente desarreglado y despeinado, haciéndole cosquillas en los ojos.

Sus ojos eran de un color azul claro muy brillante, como los reflejos del cielo en el lago Muto, que conecta Albedo y Woestym, ambas grandes provincias dentro del imperio. Muchas veces Ángelus había visto fotos del lago y era el único color que asimilaba con sus pupilas.

DESTINO: PIRÁMIDE OSCURADonde viven las historias. Descúbrelo ahora