Capítulo 36

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Un intenso dolor se instaló en el pecho de Ondina, lanzándola contra el suelo, haciendo crujir sus costillas y cortándole la respiración.

-¡Debes reaccionar antes! – Una de las armeras más jóvenes gritaba furiosa.

-¡Pléyone! – Admete detuvo a la joven antes de que ésta lanzara otro ataque. - ¡Debes darle un respiro! ¡No lleva ni cuatro días!

-¡Tú misma necesitaste dos semanas! ¡Dos semanas para hacer lo que le estás pidiendo ahora a ella! – Murgen se acercó a Ondina para ayudarle a levantarse y cerciorarse de que estaba bien, salvo por algunas ligeras magulladuras en brazos y piernas.

-¡Muy bien! ¡Hacedlo vosotras! – Pléyone lanzó con rabia su espada contra el suelo haciendo que esta rebotara varias veces.

-Dejadme que lo intente. – Admete miro a Murgen y Marinha.

-De acuerdo, tienes otros tres días. – La mujer asintió mientras guiaba a Ondina fuera de ese improvisado campo de entrenamientos.

-Yo no puedo... No... - Ondina se repetía así misma.

-¡No quieres! – Admete sonaba enfadada. – ¡Admítelo! ¡No quieres ocupar el puesto de mi hija!

-No, yo...

-No sé por qué. – Ambas se sentaron en unas rocas cercanas al río. – Si será por miedo a ofenderla, a ofenderme, porque crees que no mereces su puesto - Posó sus manos en su cara con desesperación. – Pero hay algo que sí sé. Mi hija no volverá, no importa cuanto te esfuerces en fallar, eso no hará que vuelva, no le devolverá la vida.

-Yo...

-¡No! No lo digas. No se te ocurra decirlo. – Admete suspiraba frustrada. – Negándote esos poderes, no solo pierdes tu tiempo, el suyo y el mío. Si no que faltas al respeto a Lorelei, ella te eligió por un motivo, vió algo en ti. – Se giró ligeramente para mirar de frente a Ondina. – Deja por un momento de ser tan egoísta, esto es más grande que tú y tu extraño sentido del honor, de lo que crees que mereces... ¡Madura! ¡Sé una verdadera guerrera! ¡Una verdadera armera!

-Yo... - Las lágrimas inundaron sus ojos, cerrándole la garganta, ahogando sus palabras.

-Lo sé, duele, tienes dudas, pero es hora de dejarlas a un lado. Por las armeras, por el reino, por Ligia... ¿Lo entiendes? – Ondina simplemente asintió, intentando controlar sus lágrimas. – ¿Te parece si empezamos poco a poco con tus nuevos poderes?

-Sí.

-Bien, vamos allá.

Los desiertos pasillos resonaban con el eco de los pasos apresurados de Ligia, en su mano un candelabro iluminaba su camino con la pequeña llama que titilaba en su cima. Una mensajera había llegado al reino en mitad de la noche, procedente de Sabledlage y pedía una reunión urgente con la reina y el consejo.

-Dice que trae malas noticias. – Estigia se unió a ella tras girar la esquina, camino de la sala. – ¿Cree que...?

-Sí...

Al llegar se encontraron las puertas abiertas y al consejo de armeras al completo, incluida Ondina, quien estaba en una mesa apartada. Al igual que Metis, Estigia y Calírroe, Kendra permanecía a un lado, junto a Ondina. Una joven se levantó, avisando así de su presencia, desapercibida hasta el momento.

-Reina Ligia. – Se inclinó ligeramente.

-¿Eres la mensajera?

-Así es.

-Bien, cuéntanos, ¿qué ocurre?

-Es la reina Agláope, falleció antes del atardecer. Vine lo más rápido que pude.

The soul of the seaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora