PRÓLOGO

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Un tibio líquido cubría mi cuero cabelludo. No era mi sangre. Mi cuerpo yacía recostado en el suelo y no podía ver absolutamente nada, desesperándome por la oscuridad de la habitación. Tardé segundos en notar su ausencia y me dije a mi misma que no era un buen augurio. ¿Dónde está? Él pasó la noche conmigo y no recuerdo absolutamente nada. Me adormecí y fui lo suficientemente estúpida de no darme cuenta. Pude haber prevenido este desastre y no lo hice. Yo fracasé.

— ¡Nadie debe tocarla! —logré oír su voz. Necesitaba encontrarlo—. ¡Nadie debe tocarla, nadie debe tocarla, nadie debe tocarla!

Con gran dificultad traté de levantarme apoyando los antebrazos sobre la cerámica y conseguí arrodillarme hasta que resbale por la sangre. Sabía que se trataba de la maldita sangre, seguramente esparcida por doquier.

—¡Te dije que no la tocaras! ¡Nadie debe tocar a Andrómeda! ¡Ella me pertenece, nadie debe tocarla, nadie debe tocarla!

Sus cuerdas vocales comenzaban a quebrarse ¿Hace cuánto tiempo ha estado gritando? Solo repetía aquella frase sin cesar.

—¡Mereces morir! ¡Mereces sufrir! ¡Nadie debe tocarla, nadie debe tocarla!

¿Cómo es posible que ninguno de los vecinos lo haya escuchado? Las luces de las casas estaban apagadas como si hubieran cortado la electricidad a propósito. Con suerte logré ponerme de pie para caminar hasta el living en plena oscuridad.

—¿Dónde estás? Estoy aquí, estoy bien.

—Nadie, nadie, nadie, nadie ¡¡NADIE!!

Sus gritos se volvieron tan exaltados que no dudé en tantear la pared con mis manos hasta encender el interruptor de luz. Y fue en ese preciso instante en que me paralicé y caí sentada al suelo al presenciar tan escalofriante escena. Frente a mí había tres cuerpos y mutilados de la peor manera, uno de ellos tenía una gran abertura en la zona abdominal mientras que el otro tenía los brazos desprendidos y una puñalada directa al corazón.

Alce la mirada y lo encontré cerca de la puerta descargando toda su ira contra el rostro de la tercera persona. Los puños ahora eran un baño de sangre que escurría desde los nudillos hasta sus muñecas.

—Mírame, estoy aquí —murmuré asustada y con voz temblorosa—. Necesito que me mires.

—Nadie, nadie...nadie —repitió y dejó de hablar al percatarse que encendí las luces—. Nadie…

Los dos mantuvimos nuestras miradas hasta que él se apartó de su víctima y caminó hacia mí con intenciones de decirme algo o asesinarme. Paralizada de miedo empecé a llorar imaginando lo que vendría a continuación. ¿Así sería mi muerte?

Él ya no era la persona del principio que me demostraba mucho cariño y me decía cuán importante era mi vida. Fui tan ciega y ya era tarde.

—Te lo dije —se arrodilló frente a mí y me sonrió retorcidamente—. Nadie volverá a tocarte, Andrómeda.

¿Cómo pude llegar a este punto?¿Cómo puedo permitirme vivir de esta manera? Muchas personas han muerto por mi culpa. Pensé que él era un ángel pero me equivoqué.

No todos los ángeles caen del cielo.

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⏰ Última actualización: Apr 18 ⏰

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