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- Quisiera saber qué es lo que siempre te mantiene ocupada en tu mente.-

Como la mayoría de las veces, la chica de ojos azules ni se inmutó ante las quejas de su mejor amiga. Y es que cierto pelinegro invadía sus pensamientos a toda hora, recordando el semblante desinteresado que siempre solía llevar en su rostro mientras un cigarrillo era apresado por sus labios. No conseguía sacar aquella sonrisa socarrona de su cabeza.

Cansada de vivir en una sociedad donde la relación entre un extranjero de un país lejano y una señorita de una de las familias más finas de la nobleza, era completamente repudiada, suspiró desganada. Casi sentía como aquellas ya características inseguridades creadas por las jugarretas de su mente tomaban control de sus pensamientos.

Todos los capitanes o mejor dicho, la mayoría de los caballeros mágicos de alto rango, sabían sobre la maldición de los Roselei, por supuesto, aquella chica también lo sabía, sin embargo, después de que el descontrol de la chica llegará a oídos de la zona común, se escuchó también que de un momento a otro, las filosas espinas y aquellas bellas rosas azules, comenzaron a desaparecer sin motivo alguno visible. Motivo que aquella chica sabía muy bien, ya que, le encantaba estudiar todo, saber cada cosa de la magia, y por supuesto que sabía del requisito que conllevaba la ruptura de aquella desafortunada maldición.

Cómo conocía a la rubia por el mundo de la realeza, le dio curiosidad al oir sobre su maldición por algunos caballeros.

Charlotte Roselei. Incluso su nombre es perfecto.- pensó ella con un poco de envidia.

Suspiró insegura, sentía que cada vez que se miraba al espejo, se comparaba con ella, inconscientemente.

Quizás a él le guste salvar a damiselas en peligro.- pensó ella con un toque de diversión y un poco de amargura detrás.

Pues, ella lo sabía, sabía que era fuerte, sin embargo sabía que aquella rubia también lo era, así que se olvidó de aquella tontería, ahora prestándole atención a su amiga que se encontraba jugando con un mechón de su cabello mirando hacia su derecha.

- ¿Crees que algún día logre una oportunidad con él?.- preguntó con una expresión que la de rizos se cuestionó si así ella se mostraba cuando veía a Yami.

Inmediatamente pero sin ser indiscreta, miró hacia su derecha, donde se hallaba un chico enmascarado de porte elegante hablando con al parecer un subordinado de cabellos azabaches y ojos color miel.

No pudo evitar preguntarse quien era aquel bonito muchacho, que si bien se veía que era un adolescente, era innegable su gran atractivo.

- No lo sé, Liz, supongo que estamos destinadas al rechazo.- al terminar de decir esto, la de cabellos dorados hizo una mueca con sus labios y frunció el ceño antes de asentir mientras soltaba un suspiro exhausto.

Ya era hora de que ambas aceptaran esos no tan factibles hechos.

Ya era hora de que ambas aceptaran esos no tan factibles hechos

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Todo estaba tan pacífico y la de ojos azules agradecía aquello. Sentía al viento mover las ramas de los árboles, el paso apresurado de algún pequeño conejo y los chillidos de algunas ardillas. Le encantaba escaparse al bosque para pensar, para huir de todas esas miradas expectantes a cualquier error o fallo para sin dudar criticar que hizo mal y que era una deshonra para la realeza. Como odiaba aquella muchacha a aquel estatus, lo aborrecía, sin embargo, no podía hacer nada, no, por ahora.

Sin pensar mucho más, se acomodó en el pasto no importandole mucho que se ensuciase aquel pulcro vestido que le habían obligado a llevar para aquella fiesta de la cual había escapado.

Sin tardar un segundo más, se zambulló en sus recuerdos.

Oh, aquel día que lo conoció. Nunca iba a imaginar que el señor Julius sería quien le presentaría al hombre de sus sueños.

- Ya lo verás, Christine, espera a que veas lo maravillosa y misteriosa que es su magia. ¡Nunca había visto algo parecido!. ¡Te vas a sorprender!.- un Julius bastante emocionado por mostrarle uno de sus más orgullosos descubrimientos a aquella niña tan querida por él, era algo que lo entusiasmaba de sobremanera.

Mientras que una adolescente de quince años bufaba divertida por la actitud infantil del rubio.

- ¿Cómo dijiste que se llamaba?.- preguntó la chica solo para molestarlo, porque en realidad siempre le prestaba la mayor de las atenciones a aquel hombre del que estaba tan agradecida.

Ya esperándolo, el rubio hizo un puchero bastante adorable desde su perspectiva para luego soltar una carcajada y seguirlo hasta lo que parecía el mar. Desde la lejanía se podía ver una silueta, supuso que era el joven del que tanto hablaba el hombre que tenía apresada una de sus manos.

- ¡Hola, Yami!. ¿Te acuerdas de mí?.- preguntó Julius con emoción.

El chico parecía un poco arisco a la situación, hasta que entrecerró los ojos mirando a Julius para luego observar a la chica al lado, inconscientemente se encogió un poco de hombros y agachó la mirada, intimidada por esos tan oscuros orbes grises.

- Ah, el anciano.-. respondió con desinterés mientras blandía una katana.

Julius volvió a hacer uno de sus pucheros, sin embargo, la chica, ya había soltado una de las mayores carcajadas de su corta vida, fue tan grande el dolor de estómago que tuvo que llevar una de sus manos y presionar hasta ya tranquilizarse un poco y retirar las pequeñas lágrimas que emergían de sus claros ojos.

Olvidando cualquier intimidación por parte del azabache, se acercó a él con una gran sonrisa.

- Ya me has caído bien, chico. Soy Christine, solo Christine, no me gustan las formalidades. ¿Como te llamas tú, chico gracioso?.- acerquó una mano con intención de que fuera estrechada mientras le soltaba un empujón a Julius cayendo sentado en la arena.

Ignorando los quejidos y regaños del rubio, el azabache estrechó su mano, y le dedicó una mirada divertida y una sonrisa burlona.

- Yami, Yami Sukehiro, aunque puedes llamarme solo Yami, da igual.- contestó con un deje de indiferencia y con un gesto de manos le restó importancia para luego devolver la mirada al rubio -que todavía yacía en el suelo-.

Julius mantenía una sonrisa extraña en el rostro.

- Ahora que lo recuerdo, Christine. Me comentaste el otro día que uno de tus libros tenía una frase que te llamó bastante la atención. ¿Me recuerdas cuál es?.- preguntó el rubio todavía con aquella extraña sonrisa posada en sus labios.

La chica frunció el ceño extrañada pero luego se encogió de hombros y procedió a decirle.

-"Los polos opuestos se atraen". Pero eso de que va, ¿Por qué recordaste esa frase justo ahora?.- preguntó sin respuestas en su mente, la de cabellos rizos.

El hombre solo ensanchó su sonrisa y se incorporó mientras se limpiaba los pantalones.

- Yami. ¿Podrías enseñarle tu magia a Christine?.- pidió con su habitual rostro de emoción al imaginar ver su magia otra vez.

Ahí se dio cuenta que la magia del otro se complementaba, se atraen tanto y a la vez se repelen. Una el enemigo de la otra, sin embargo cada una, haciéndose compañía toda la eternidad.

Opuestos por Naturaleza || Yami SukehiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora