『Capítulo 10』

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—Rizosss de Oro —la voz siseante de una Dracaena resonó en las mazmorras—

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—Rizosss de Oro —la voz siseante de una Dracaena resonó en las mazmorras—. Esss tu turno.

El chirrido de la puerta de la celda al abrirse le ocasionó un escalofrío al rubio, quien estaba recostado en el frío suelo de piedra en posición fetal. Sintió el agarre del monstruo en la parte de atrás del cuello de su remera naranja chillón, sucia y hecha girones. El monstruo tiró, levantando al rubio del suelo y el chico sintió  la filosa punta de la lanza de la Dracaena.

—¡Vamosss, avanzzza! —pinchó de nuevo con la lanza el costado de Myles, obligándolo a moverse.

Obligado, el rubio arrastró los pies, siendo empujado por el largo pasillo. Myles ojeó a los demás prisioneros, quienes estaban en igual o peor condición que él. Entre los encarcelados, habían gigantes, centauros, sátiros, semidioses, cíclopes... de todo un poco. Pero los nervios de Myles comenzaron a crecer al acercarse a la puerta de salida.

Los gritos de las gradas se escuchaban incluso por detrás de la puerta y las manos del rubio no dejaban de sudar. No era la primera vez que encontraba en la misma situación y sabía exactamente lo que le esperaba del otro lado. En un armario, estaban todas las armas que podía elegir. Tomó el arco, un carcaj y una lanza.

La Dracaena abrió la puerta de salida y empujó a Myles hacia el otro lado.

El rubio aterrizó en la tierra, raspando sus manos y rodillas, pero ya poco importaba.  Estaba en medio de una pista de combate. Tenía el tamaño suficiente como para poder recorrerla con un automóvil sin despegarse del borde. La pista estaba rodeado de gradas, la primera fila estaba a tres metros de altura. Habían gigantes, Dracaena, semidioses, monstruos perro y criaturas aún mas extrañas.

Calaveras adornaban el suelo en el que estaba parado y algunas estaban alineadas por todo el borde de la valla. La valla desplegaba un gran Tridente, símbolo de Poseidón. En un asiento de honor, por encima de todo, estaba Luke Castellan. A su lado, estaba el gigante Anteo.

Por la puerta que se encontraba del otro lado de la arena, salió una semidiosa rubia de aproximadamente catorce años. Sus ojos eran de un azul pálido y su cabello rubio como la nieve caía sobre sus hombros dividido en dos trenzas. Llevaba dos tipos de hachas, unos cuantos destrales en el cinturón y una hacha de batalla tan grande que necesitaba ambas manos para atacar. En su espalda, tenía colgado un escudo circular de madera. Su aspecto era muy vikingo.

Myles notó en la desventaja que se encontraba. Ambos tenían un arma a distancia, ambos tenían un arma cuerpo a cuerpo, pero Myles no había agarrado ningún escudo, pensando que estorbaría. A partir de ese momento, el rubio tendría que confiar en sus reflejos para esquivar y bloquear los ataques.

La rubia pasó el hacha de batalla a su mano izquierda y, con a su mano derecha la llevó al cinturón, agarrando un destral. El rubio agarró con fuerza la lanza en su mano, sabiendo que no serviría de nada contra los destrales. El arco y el carcaj colgaban en su espalda, dificultando quizá sus esquivos.

La rubia alzó el brazo derecho con el destral en mano, por sobre su cabeza, apuntando a Myles. Lo lanzó directo al hombro del rubio, quien se lanzó a un lado, evitando el destral.

La misma situación se repitió una y otra vez, hasta que el último destral le dio en el cuadricep y profirió un grito del dolor. Por lo menos, Myles consiguió exactamente lo que buscaba: dejarla sin armas a distancia y así tener una pequeña ventaja. El único problema ahora, era que tenía un destral incrustado en la pierna. Lo sacó a pesar del dolor y lo revoleó lo más lejos de la chica.

Antes de sacar su arco, esperó a que la rubia se precipitara y corriera a intentar atacarlo frente a frente. De esta manera, al estar corriendo, le costaría sacar su escudo. Su hacha de batalla era demasiado grande, lo cual le contraproducía a la chica si quería cambiar de agresivo a defensivo con rapidez.

La rubia acomodó el hacha en sus manos y comenzó a correr hacia el rubio. Myles acomodó la lanza en su cinturón y llevó su mano hacia su arco con rapidez. Al sacarlo, buscó rápidamente una flecha en el carcaj y apuntó. La rubia no paró de correr hacia él, así que Myles decidió ralentizarla un poco, disparando a su pie.

Ante el dolor, la chica encajó una rodilla en la tierra, guardó el hacha y sacó su escudo para protegerse de las flechas consecuentes. Tomó la flecha clavada en su pie por el astil y la sacó con un quejido. La rubia miró a Myles con odio y siguió corriendo hacia su dirección, todavía cubriéndose con el escudo y a pesar de su pie herido. Myles cambió de arma justo cuando la chica empujó con su escudo al rubio y, con todo su peso, lo tiró al suelo. La rubia alzó el hacha, lista para perforarle el cráneo a Myles, pero antes pidió la confirmación de Anteo.

El gigante levantó su puño y colocó su pulgar hacia abajo. Al ver  el gesto, Myles no pudo evitar asustarse. Como si fuese en cámara lenta, vio el hacha bajar peligrosamente. Myles estuvo a punto de bloquearla con su lanza, pero cambió de decisión y objetivo a último momento.

Antes de que la chica pudiera siquiera reaccionar, Myles movió su brazo derecho con rapidez, usando su lanza. El rubio no se detuvo a pensar dos veces, ya acostumbrado a lo que debía suceder en orden para salvar su vida. Con toda la fuerza que tenía, empuñó la lanza y atravesó el cuello de la ojizarca. En consecuencia, la rubia soltó el hacha, que casi cae sobre Myles de no haber movido su cabeza, y llevó sus manos a su cuello, haciendo sonidos de ahogo.

El cuerpo sin vida cayó sobre Myles, manchando de sangre ajena al rubio, la lanza se hundió todavía más en el cuello de la chica al golpear contra el piso. Con la fuerza que le quedaba, movió el cuerpo de encima suyo, sin poder siquiera mirarle la cara a la fallecida, por la pena.

—¡Una buena diversión! —bramó Anteo—. Pero nada que no hubiera visto antes ¿Qué más tenéis, Luke, hijo de Hermes?

Myles se sentó y levantó a duras penas con el dolor en su pierna, los brazos colgándole a cada lado, apretando con fuerza la lanza en su mano. Levantó la mirada, ojos radiando odio y repudio, miró a Luke levantarse tranquilamente y con los ojos brillantes. De hecho, parecía de muy buen humor y asqueaba al rubio en sobremanera.

—Señor Anteo —dijo, levantando la voz para que todos los espectadores lo oyesen—. ¡Habéis sido un excelente anfitrión! ¡Nos encantaría divertiros para pagaros el favor de dejarnos cruzar vuestro territorio!

—¡Un favor que no he concedido todavía! —refunfuñó Anteo—. ¡Quiero diversión!

Luke hizo una reverencia.

—Creo que tengo algo mejor que un centauro para combatir en vuestro estadio. Se trata de un hermano vuestro —Señaló a alguien con el dedo—. Percy Jackson, hijo de Poseidón.

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⏰ Última actualización: Dec 29, 2020 ⏰

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