Capítulo 10. No te puedo soltar

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«If we'd go again

all the way from the start,

I would try to change

things that killed our love.

Yes, I've hurt your pride, and I know

what you've been through.

You should give me a chance;

this can't be the end.

I'm still loving you.»

Still loving you, The Scorpions.

Cuando Guila se fue de la casa de Jericho, eran aproximadamente las tres y media de la madrugada. Tras aquellas palabras tan abstractas pero llenas de sentido que la mujer de cabellos negros le había espetado en el rostro a su amiga, se formó un silencio pretencioso e incómodo que no duró demasiado porque Guila supo cortarlo con más bromas y palabras carentes de simbolismo o indescifrable significado.

Jericho empezó entonces a recoger algunos utensilios que se habían quedado revueltos en la sala, donde las dos mujeres habían cenado y charlado juntas, como hacía mucho tiempo que no ocurría. Guila había sido su mejor amiga durante años y la había acompañado en momentos de dicha y en los que pensaba que no volvería a levantar cabeza. Sin embargo, sentía que le debía algo.

Nunca había sido una mujer de expresar sus sentimientos ni explícitamente ni con asiduidad, pero sí era cierto que tenía la sensación de que a Guila le debía explicaciones, le debía tanto por todo lo que había hecho que no sabía bien cómo devolver todo ese afecto de forma apropiada. Si incluso fue ella la que la cuidó durante su embarazo y la que llamó a Elizabeth para que le abriera los ojos sobre la existencia de su hija y sobre todo lo que sentía por ese bebé que, por ese entonces, todavía no había nacido. Menos mal que la tenía a su lado porque, si no, a lo mejor habría tomado decisiones inadecuadas y de las que, estaba segura, se hubiese arrepentido posteriormente.

Al terminar de recogerlo casi todo para que la estancia quedara lo más decente posible, se encaminó hacia el pasillo. Recordó, en ese momento, a su hermano, pues la casa en realidad no era suya, sino de él.

¿Habría logrado hacer que se sintiera orgulloso de ella? Nunca lo lograría saber, pues los muertos no pueden opinar sobre acontecimientos posteriores a su fallecimiento, pero algo, como una especie de vocecilla tenue e intermitente que residía en sus entrañas, le decía que sí. Que, tal vez, siempre lo había estado, aunque fuera demasiado exigente o severo en sus palabras y acciones para con ella. Después de todo, todos sentimos, pero no todos sabemos transmitirlo bien con palabras. Sin embargo, siempre hay algún gesto o detalle, por muy ínfimo que sea, que sabe contar nuestras emociones.

Jericho sabía que su hermano era de ese tipo de persona y ella, aunque no fuera tan cerrada como Gustaf, lo entendía. Con el paso de los años y el peso de su pérdida, lo había podido comprender. Cuando la forzaba a que rindiese lo máximo posible, no era porque pensara que no valía para ser una guerrera, sino porque sabía que, en un mundo de hombres, las mujeres siempre lo tenían más difícil para casi todo y sabía que ella, por ese hecho, tendría que esforzarse muchísimo más que cualquier ser humano que hubiese experimentado la casualidad de nacer con el género opuesto.

En el fondo, se lo agradecía. Si hoy en día era quien había conseguido ser, había sido por la disciplina basada en el esfuerzo que su hermano le había inculcado siempre. Cuando era más joven, no supo apreciarlo, pero ahora que ella misma era madre y tenía alguien a quien cuidar y por quien velar, por fin era consciente de que todo lo que había hecho Gustaf, cada acción que había decidido llevar a cabo, era por y para ella. Para que progresara, para que mejorara, para que creciera y cumpliera todos y cada uno de sus objetivos y sueños.

InsustancialidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora