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Harry Styles se despertó extrañamente, de una manera diferente a la que hubiera creído.

Con una noche como la que tuvo el día anterior, realmente no esperaba despertarse sintiéndose fresco y energizado, con el olor a manteca y el sonido de la grasa chisporroteando en algún sartén de la cocina. Ni siquiera recordaba cuando fue la última vez que había usado la cocina de su departamento para algo que no fuera tener sexo.

Mucho menos recordaba lo que había sucedido la noche anterior, lo cual lo había hecho pensar, que su mañana sería mucho menos placentera que esto. Solo rememoraba imágenes borrosas de la última presentación de su gira, el restaurante de sushi al que fueron a celebrar, el montón de sake que bebió esa noche, y probablemente el club exclusivo al que fueron a bailar después.

No podía siquiera comenzar a adivinar cómo se las había arreglado para llegar a casa, mucho menos a sentirse tan cómodo en su cama de sábanas suaves. Se preguntó por qué estaba tan frío, en los Ángeles nunca helaba tanto como ese día, ni siquiera en invierno, ¿habría el portero apagado la calefacción a pesar del atroz frío que había ese día? Si así era, ya se las vería con él. Se envolvió más entre los edredones, que extrañamente, tenían un olor dulzón que permanecía como si fuera su esencia permanente. Era como jazmín y un poco a bergamota, y extrañamente era también un olor que le resultaba tan familiar, casi hogareño, pero había algo más, como si ese olor hubiera sido entremezclado con algo más fuerte, rudo, que opacaba casi por completo. Algo así como cacao.

Era extraño, no había olido una combinación de olores tan peculiar antes.

Harry se estiró en la cama de la cabeza hasta los pies, sintiendo sus talones colgar por el borde del colchón. Inhaló profundamente, percibiendo un perfume a tocino y a omega.

Lo hizo preguntarse si Jodie se había convalecido tanto de él que había decidido ignorar su primer día de vacaciones para las fiestas y quedarse con Harry para ayudarlo a recoger el desastre que había hecho por la noche, o simplemente había recogido a una omega hacendosa del bar.

No podía ni comenzar a imaginárselo.

Algunas veces Harry podía sentir como su cuerpo comenzaba a podrirse poco a poco, pero simplemente no podía negarse a sí mismo los pocos placeres que permanecían aún en el mundo del estrellato. Era agotador, debía admitir, pero si pudiera dar marcha atrás al tiempo, no cambiaría nada. No había nada en su antigua vida que extrañase.

Nada, o quizá una cosa.

La puerta se abrió estrepitosamente, dejando a Harry desorbitado. No era el tipo de estrella que permitía que cualquier servidumbre entrara en su casa sin su consentimiento, y la poca que si estaba permitida, había sido advertida de mantenerse estrictamente callada si él atravesaba una mañana difícil, algo recurrente para él.

Abrió uno de sus ojos. La sonrisa satisfecha que llevó por poco tiempo en el rostro fue remplazada por una mueca disgustada. Con un ojo entreabierto miró la puerta, sintiendo el mismo olor dulzón que había percibido en las sábanas intensificándose en el aire hasta golpearlo como una bofetada. Sintió picazón en la nariz, como cuando pequeñas gotas de perfume se colaban a tus fosas nasales.

Harry gruñó, pero se le dificultó mantenerse molesto cuando la fragancia cítrica se vio acompañada del fuerte olor a tocino.

—Buenos días cielo —una voz áspera y suave al mismo tiempo endulzó el oído de Harry.

Era claramente la voz de un hombre.

Harry balbuceó, observando cuidadosamente a la silueta acercándose en el cuarto medio oscuro, podía ver a través de sus pestañas que cargaba algo estrafalario entre los brazos, imaginó que se trataba de una bandeja con desayuno.

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