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—Mis padres y yo iremos a visitar a mi abuela mañana, así que tal vez no pueda entregar esto a Steven cuando antes—Le explico, Perla observo la carta, intentando disimular el pánico que se arremolinaba en su estómago como una trozo de hielo—.Pensé en dársela a Garnet, pero imagine que con su visión futura lo sabría todo de inmediato; quiero a Amatista, pero seguro que haría que todo sonara más grande de lo que realmente es.

—"¿Por qué demonios yo, Connie?"—Se lamentó mentalmente Perla.

La madre de Connie le dijo que le gustaba su chaqueta, Connie prometió que los llamaría en cuanto regresara a la ciudad, pero de todos modos Perla la abrazo, lo deseaba secretamente, y sabía que era importante para Connie. Mientras el auto se alejaba, era todavía capaz de distinguir a la chica en el asiento del copiloto, mirando su teléfono.

Cuando regreso con los demás Steven todavía miraba el suyo, y supuso que quizás habrían estado hablando. Para Garnet y Amatista era señal de cosas muy buenas.

Kiki y los demás ya se habían ido, solo quedaban ellos cuatro, animadas, Amatista y Garnet iban adelante, mientras que Perla y Steven se iban quedando cada vez más atrás.

El chico dio un paso vacilante más cerca de ella.

—No. —Dijo cuándo Steven trato de tomarle la mano.

La carta se notaba rasposa e incómoda en su bolsillo durante todo el trayecto, una vez en casa, no tardaron en ser visitadas por Peridot y Lapis, ansiosas por llevar al granero su nuevo tesoro. Peridot resulto no ser capaz de llevar flotando el enorme e irregular trozo de acero, por lo que Garnet y Amatista se ofrecieron a llevarlo a cuestas, Lapis le otorgó al auto aplastado cuatro patas de agua parecidas a las de un elefante rollizo, lo que les facilitaba el trabajo mientras avanzaban por la arena húmeda.

— ¿Quieres cenar hamburguesas?—Le pregunto Steven a Perla una vez estuvieron solos.

Decía esto mientras se iba quitando la chaqueta. Perla asintió sin muchas ganas, Steven se aproximó a la nevera, tomo una bolsa con carne y la llevo al microondas para empezar a descongelarla. El aparato no tardo en emitir un largo zumbido, mientras el plato empezaba a dar vueltas.

Estaba subiendo las escaleras para ir a quitarse los zapatos, Perla se dio prisa, tomo la carta y la guardo dentro de una jarra de cerámica que había en una repisa.

—Cielos, tengo las medias mojadas por toda el agua que había dentro de nuestro bote. —Comento Steven mientras se quitaba los zapatos.

—No pongas las medias sobre nada, las lavare luego. Los zapatos también. —Aseguro Perla, quien podía saber qué tipo de enfermedades hay bacterias nadarían en el agua sucia del túnel.

Divertido por su instinto maternal natural, el chico soltó una risita. Con un grave timbrazo intermitente, Perla saco la carne ahora descongelada y tibia del microondas y la dejo sobre un cuenco, añadiendo después laurel, sal, pimienta y un poco de harina de trigo y aceite.

La puerta del baño estaba abierta y era capaz de escuchar el susurro del agua, interrumpido de cuando en cuando por el salpicar de Steven mientras se lavaba.

Se apartó de la cocina y camino hacia allí, el chico había cambiado físicamente durante los años, se había hecho más alto, con los hombros un tanto más musculosos y los brazos todavía rollizos, pero ahora más fuertes.

El chico estaba lavándose el rostro agua y jabón, mientras las gruesas gotas escurrían de su cabello húmedo y empelotado alrededor de su rostro, la miro de reojo, con una ceja alzada.

Perla se aproximó y le peino el cabello detrás de las orejas, besándolo mientras Steven se sujetaba del lavamanos, impresionado y casi al borde de perder el equilibrio por la súbita cercanía de la gema, que le rodeo el cuello con los brazos. 

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