La situación de su familia era terrible. La marca en su antebrazo aún peor, y desgraciadamente inevitable. No tenía otra opción que hacerlo por su familia. Todas las noches, o gran parte de ellas, estaban dedicadas a averiguar como meter a los mortifagos al castillo. Eran noches de dormir mal, días dedicados a obsesionarse con la obligación que se le había presentado. Era solo principio de año, había fiestas cada fin de semana. No es que le gustara mucho ir a fiestas abiertas a todas las casas, pero el simple hecho de no poder hacerlo por sus responsabilidades lo hacía desearlo intensamente.
Dentro de toda esa situación Eliza MacMillan era un absurdo. Un obstáculo que nadie pensó podría presentarse. Si supieran de la situación, vista desde afuera, podría dar la impresión de que la intervención de Eliza era positiva, era lo único alegre dentro de todo lo malo, pero ese pensamiento fallaba en considerar que, de aceptar esa alegría dentro de lo malo, la extinguiría. Alguien en una situación tan deprimente no es capaz de agradecer y disfrutar esa luz, es inevitable aferrarse a ella como un parasito hasta agotarla. A veces la idea era tentadora, sacar algunos minutos de tranquilidad, felicidad o por lo menos placer de ella, hasta que la fuente se agotase. A veces pensaba que era suficientemente egoísta como para hacerlo. Tal vez no.
En años anteriores probablemente lo habría hecho, sin pensarlo, pero su situación era ahora tan miserable que no podía desearle a nadie mas verse involucrado, de ningún modo, en ella.
Era difícil, porque Eliza MacMillan era excesivamente perseverante, y su buen humor y alegría parecían ser interminables. No era fea. Zabini le había recomendado repetidas veces que se acostara con ella, y tal vez lo habría hecho, de no haber notado que los rumores sobre ella siendo puta y fácil podían no ser legítimos. Acostarse con alguien que únicamente desea placer carnal no tiene consecuencias, pero ella parecía estar obsesionada con él.
Le había dicho que dejara de acosarlo de modo bastante bruto. Luego recordó su carta. No eran muchas personas las que querían conocerlo, en general solo querían asociarse por privilegios o estatus social. Su mente continuaba yendo a la carta, una y otra vez, inevitablemente. Varios días, durante sus vueltas nocturnas, la encontraba esperándole en algún pasillo, esperando alguna señal que le hiciera saber que él quería su compañía. Iban 5 semanas sin ninguna, pero sus intentos de saludarle o acercarse no disminuían. A decir verdad, lo estaba carcomiendo por dentro. Quizás por pena, o quizás porque quería decirle que si y se había aguantado por lo que creía mejor, pero su imagen no salía de su cabeza. Aún pensaba en la estúpida carta. ¿Aún querría conocerle?
Cada vez que la veía se aguantaba cualquier acción que constituyera en percibirla. No la miraba, mucho menos saludaba.
Se supone que el tiempo lo hacía mas fácil. Cinco semanas no eran poco tiempo.
Aquella noche la vio, no puedo evitarlo. Parecía un ternero degollado. Parecía un perro triste. No se acerco, sin embargo si dejo de caminar.
—¿No te cansas de acosarme?—preguntó, sin dar vuelta para verle.
—Acabas de hablarme, eso prueba que vale la pena—su tono sonaba cansado.
—No puedo contigo—volteo para verla— ¿que quieres? ¿Que tengo que hacer para que pares?
—Quiero que me dejes conocerte.
—¿A si? Seguro que si, ¿mi padre es el chisme del año, no? Seguro quieres conocer todos los detalles sobre eso. ¿Eso quieres?
Estaba a la defensiva. Este era su ultimo recurso para hacerla perder interés. No le dio tiempo a responder.
—Eliza realmente no tengo tiempo para esta mierda, mi vida ya es suficientemente miserable.
Su mano tomo la de él. La miro, extrañado, incluso puso su mejor mueca de disgusto, pero no pareció afectarle.
—No me toques—siseo, quitando su mano bruscamente.
Los ojos de ella buscaron los suyos. Lo observaba, sin decir nada, no quería obligarlo a hablar ni hacerle sentir incomodo, solo quería estar ahí, que él le permitiera estar ahí.
La desesperación se apodero de sus rasgos duros, usualmente inmutables, y volteo para irse violentamente.
Mas semanas esperando su paseo nocturno. Esta vez no la ignoró, simplemente no apareció. Evitaba los pasillos donde la había encontrado en experiencias previas.
Pronto la sensación de urgencia, de irritabilidad y molestia constante comenzó a apoderarse de él. Era una sensación horrible, todo parecía cerrarse ante sí, su respiración, los espacios, los tiempos.
"Ok
Draco Malfoy."Le entregó la carta, respondiendo aquella que Eliza había escrito hace mas de un mes y medio. Se quedo ahí, sentado en el taburete, girado hacia un lado para poder ver al profesor y a la vez a ella, sentada en el banco tras él. Su pierna subía y bajaba ansiosamente, era tal la velocidad y fuerza que sonaba. Era audible el repiqueteo de su zapato chocando contra el piso una y otra vez.
Eliza le sonrío.
Ofreció el pergamino nuevamente a él. Cuando extendió su mano para recibirlo, en vez de solo dárselo una leve caricia le erizó la piel.
Hacía calor. La ansiedad, el tacto, su situación familiar, quizás todo junto. No pudo aguantarlo y salió rápidamente del aula, encerrándose en el baño de prefectos.
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Flores para ti [Draco Malfoy's fanfic]
FanfictionEra tan buena y tan inocente, y Draco no podía evitar sentir que solo podía traerle mal. Detestaba desde lo más profundo de su ser, y a la vez anhelaba con todas su ganas, ser aquel que por primera vez la corrompiera.