Capitulo Único

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Levi gruñe cansino, dejándose caer pesadamente sobre el sofá. Con un fuerte suspiro, afloja su corbata y lleva su liso flequillo negro hacia atrás.

—Gracias por sacarme de ahí.

Mikasa asiente y le hace un gesto, indicando que le reste importancia. Su esposo últimamente pasaba ocupado en reuniones con los altos rangos del clan.

Los Ackerman han sido un apellido prestigioso desde años atrás. Ser la mano derecha del gobierno, les hizo obtener un fuerte poder. Si alguien se dignaba fallarle a la nación e incumplía las leyes implementadas, la pagaría muy caro con los integrantes Ackerman. Dicho clan, estaba subdividido por cinco ramas perfectamente bifurcadas, siendo las dos primeras las más prestigiosas. Cada uno con una obligación arraigada: La primera rastreaba y estudiaba a los traidores, la segunda planeaba la casa, la tercera y cuarta rama llevaban a cabo el plan y la quinta, los eliminaba. Unos los calificaban como los perros falderos del gobierno, otros, como una familia digna de respeto y obediencia, bendecida con el dinero y la belleza.

Levi era el heredero del rango de su tío. Al ser de la rama principal, tenía fuertes responsabilidades y obligaciones que realizar. Levi no lo quería, o por lo menos no ahora. Deseaba experimentar nuevas cosas, como viajar por su cuenta y no porque se lo pedían, comer donde y lo que deseara, pasar tiempo de ocio. No le disgustaba su destino, pero sí el que lo presionaran.

Por ende, en cada reunión, intentaba convencer a uno de los jefes más estrictos del alto mando, su tío, Kenny Ackerman. Aquel hombre era terco y aseguraba que debía tomar el rango ya, dado que a su avanzada edad, era muy difícil realizar los encargos. Siempre era lo mismo, sus charlas ¨pacificas¨, siempre tendían a acabar con las miradas desaprobatorias del resto del gremio, insultos y un portazo.

Esta vez, fue más tensa la conversación, que si no fuera por Mikasa, la pistola de Kenny y las navajas de Levi, hubieran salido a la luz.

—Para creerse tan inteligente se tragó una excusa básica. No luzco enferma —Mikasa toma una taza y la llena de té Oolong, el favorito de su pareja—. Ustedes explotan rápido cada que están cerca del otro.

—Él siempre inicia —rezonga, agarrando el caliente líquido que se le ofrecía.

Mientras él bebía, Mikasa lo observaba guardando silencio. En momentos como aquel, eso era lo mejor. En el año que llevaba casada con él, aprendió a leerlo y comprenderlo. El silencio solía ser el mejor remedio para sus ataques de rabia con Kenny.

Ignorando el infortunio, su esposo lucía terriblemente guapo. Vestía una camisa negra ceñida a su ejercitado cuerpo, un pantalón del mismo color que resaltaba sus muslos, zapatos de cuero y su cabello perfectamente peinado, todo complementado con un ceño fruncido y labios unidos en una línea recta.

Lo deseaba, mucho.

Por culpa de sus estrepitosas juntas, no han tenido tiempo a solas. Dos meses bajo lo mismo, le había costado caro a Mikasa. Sus deseos de estar con él íntimamente se veían apagados por el cansancio y molestia de su esposo, y su autosatisfacción no era nada a comparación de la suave piel y magníficos movimientos de Levi.

Se levantó de su asiento y se colocó detrás de él. Posó sus manos sobre sus hombros y comenzó un suave masaje, tratando de aliviar su tensión.

—Estás muy estresado, ¿cierto?

—No tienes ni idea ­—dice con una voz agotada, poniendo la taza sobre la pequeña mesa de centro delante suyo—, hablar con Kenny es como hablar con una pared.

Mikasa asiente y aumenta los movimientos en su espalda, parte del cuello y hombros. Su ilusión por tenerlo cerca de su piel, aumenta con cada suspiro y gemido de satisfacción que se escapa de los labios ajenos.

𝘕𝘰 𝘓𝘰 𝘏𝘢𝘨𝘢𝘴 𝘖𝘵𝘳𝘢 𝘝𝘦𝘻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora