One shot.

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Cuando la suave brisa rozó su rostro, alargó el brazo sobre la cama, recorriendo con la yema de los dedos los pliegues de las sábanas hasta llegar al otro extremo del colchón.

—¿Sasuke?— somnoliento, se talló los párpados con los puños y ahogó un bostezo al no obtener respuesta.

Poco a poco se incorporó hasta quedar sentado en una de las esquinas de la cama. Le llevó algunos minutos espabilar del todo, y cuando lo hizo, buscó con la mirada al susodicho. La cama estaba vacía. Supuso que se encontraría tomando el desayuno, pero entonces reparó en aquel tintineo constante que le había despertado en primer lugar.

Cuando descorrió las gruesas persianas, pudo presenciar mejor el oscuro cielo que acompañaba la lluvia matinal que rodeaba implacable la casa, acariciando con sus gruesas gotas los vitrales de las ventanas, azotando el viento inclemente más allá del jardín de azaleas, derribando con su silente soplo las débiles y quebradizas hojas que, frágiles, pendían de las copas de los árboles.

Y en medio de la majestuosa cortina de agua, Naruto Uzumaki divisó la silueta borrosa, de pie, pero inmóvil, silente y distante, desentonando con su entorno pero, a su vez, camuflandose en el mismo.

Y supo que llamarle desde allí sería inútil. La lluvia arreciaba, los cristales cimbraban bajo el persistente rumor del agua que salpicaba con mayor fuerza.

Girándose sobre sus talones, Naruto reparó en la hora que exhibía el reloj digital de la mesita de noche. No pasaba de las siete, sin embargo, su mirada fue esta vez atraída hacia el calendario.

Sintió que su pecho se oprimía dolorosa e inevitablemente.

Ese día se cumplía un mes desde la muerte de Itachi Uchiha.

No lo pensó más. No permitió a su mente hundirse en la misma marea depresiva que actualmente envolvía a su pareja, sino que se vistió un abrigo con rápidez, se puso las pantuflas y salió corriendo hacia el jardín.

Las palabras brotaban por su boca sin cesar. Primero fueron preguntas, después reprimendas, pero nada llegaba a oídos de Sasuke, y si lo hacían, él parecía no darse por enterado, puesto que no respondía, ni daba muestras de reaccionar. Estaba ensimismado, peor, parecía hallarse en un lugar lejano.

Como pudo, tironeó de uno de sus brazos hasta instarle a seguirle. Sasuke arrastraba los pies sobre la húmeda hierba. Su cabello negro escurría, su ropa estaba empapada. Y no obstante, mantenía aquella expresión neutra, como si nada más importara, como si su nívea piel no resintiera en lo más mínimo la caricia helada del viento, ni el repiqueteo agudo e imparable que cernía el cielo sobre de ellos.

Tan ajeno, tan perdido.

Al entrar a la casa, sus oscuras pupilas recobraron el brillo de lucidez y raciocinio. Su semblante, antaño pálido y taciturno, mutó a la serena indiferencia usual.

Preocupado, Naruto le vio pestañear un par de veces antes de aceptar la toalla que tan presurosamente había ido a buscar.

Quería tantear terreno primero, pues sabía de antemano el sufrimiento que se abatía sobre él.

Itachi había enfermado gravemente y lo había mentenido oculto hasta las últimas. Hasta que su enfermedad fue incurable y tuvo que padecer terribles accesos de tos y sangre entre fiebre y convulsiones. Asi habían sido sus últimas horas en el hospital, antes de que les notificaran sobre su deceso.

Solo Sasuke había acudido el último día que Itachi estuvo con vida. Y aquello le había afectado tanto, que solía abstraerse, extraviarse en sus pensamientos. A veces por minutos, pero también había días en los que permanecía horas enfrascado en sí mismo, en su propio mundo. Aquel en que ni siquiera Naruto tenía cabida.

Amor ciego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora