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ATLIMUS.

El trono es frio, solitario. El palacio de roca se siente vacío, ya no hay más sirvientes que los guardias reales que me son fieles. Todo el resto o están en las mazmorras o fueron asesinados. Miro mi palacio. Hermoso, todos los adornos de Miurm fueron retirados. Las puertas siguen aún cerradas.

Mi señor – dice un guardia sacándome de mis pensamientos, se acerca lentamente eso me molesta demasiado – como usted lo ordeno todo el Miurm que existe en la ciudad fue recogido y encerrado en las mazmorras de palacio – se queda estático. Paralizado como si me temiera. Pero no, el me respeta al igual que el resto. Saben que lo que hice es por una buena razón. – el único Miurm que queda es el que usted y los guardias del palacio portan bajo las armaduras. La población ahora viste con algas simples.

Y que hay de los campos. – lo miro, es un simple guardia, aunque es un tanto mayor que yo, es nada en comparación con mi poder.

Fue cortado, todo.  – responde y baja la mirada.

Bien  ahora dime, donde están ellas. – al mencionarlas, puedo ver como se tensa su rostro. Todo él.

Aun... aún no se han reportado mi señor –su voz es débil. Les teme igual que todos. Solo yo y unos cuantos guardias no les temen.

No tardaran, sus exigencias fueron cumplidas mientras ellas hacen algo que yo mismo les pedí. Cuando lleguen házmelo saber – ordeno, el guardia asiente y contesta que si como yo lo ordene.

Eso no será necesario – exclama una voz femenina que parecía provenir desde fuera. Apenas un momento después las puertas del palacio se abren de par en par y entran volando siete figuras  a toda velocidad, en todas direcciones pero una de ellas se dirige directo a mi. Al entrar las puertas del palacio se cierran de golpe al igual que paso cuando entraron supongo que son ellas quienes hacen eso. Al acercarse puedo verlas bien, el guardia que esta frente a mi se queda paralizado del temor. Las siente mujereras con cola de pez están siempre volando de un lado a otro o en círculo solo una de ellas se separa del circulo y se acerca  a mi – ya estamos aquí... rey.

Sus largos y negros cabellos ondean con el movimiento del agua. Son tan hermosas como repugnantes a la vez. Sus bellos rostros solo desentonan por el color rojo brillante de sus ojos. su mirada penetrante y llena de locura. Las arpías.

Aelo – digo cortante, no me agrada mucho el hablar con ellas, a pesar de que lo hago desde hace muchos años – que saben de...

Tu amada – me interrumpe, su voz es dulce, armoniosa como no la había escuchado nunca en una sirena de mi pueblo – no está aquí.

Sé que no está aquí. Ya la busque, por eso las envié a ustedes. Los guardias reales son unos inútiles. – exclamo, me irrita que hable de esa forma que no sea precisa. Me levanto del trono y me coloco frente ella – quiero que la busquen.

Ella no esta...

En este mundo..

Dicen dos de ellas desde donde se encuentran volando, de pronto una de las arpías se acerca  velozmente.

Ella fue sacada de este mundo – señala la criatura mostrando sus afilados dientes.

No te acerques mas Celeno – le advierte Aelo al tiempo que levanta una mano para detener a su hermana – no es necesario que te acerques mas mira – dice y señala hacia mi con su cabeza.

Celeno me mira por un momento con mucha atención mueve su cabeza hacia un lado, entonces sus ojos se abren mucho y muestra los dientes.  Esta mirando el Miurm que aun porto  bajo mi armadura.

Esta protegido por la sangre de nuestras hermanas caídas. – sisea la arpía de cabellos dorados, por un instante su rostro se desfigura en una horrible mueca de asco y repudio – como te atreves. – grita e intenta acercarse mostrando sus afilados dientes para atacarme pero su hermana la detiene para que no  lo haga.

Es protección para mi y mis guardias, todo el resto de la planta esta guardada, para que ustedes no la puedan ver – explico aunque estoy casi seguro que no necesario que se los diga a ellas, ya que esas criaturas lo saben de sobra, saben que no pueden estar cerca del Miurm – pensaron que no estaría protegido de ustedes – Aelo sonríe.

Eres inteligente Atlimus, no lo negare – dice la arpía, media sonrisa se forma en la comisura de su boca – aunque creo que debería de confiar un poco mas en nosotras – todos sus gestos son delicados, los movimientos de sus manos.

Claro que confio en ustedes – me siento de nuevo en mi trono y tomo mi tridente en mis manos. Me siento mucho mejor cuando lo tengo en mis manos. Mas poderoso. – por eso las deje salir de su prisión.

¡no por completo! – exclama claramente molesta celeno, entonces se eleva para unirse a sus hermanas que vuelan cerca del techo del palacio – aun puedes regresarnos en cualquier momento.

Claro, tengo que tener un seguro para que me ayuden – afirmo. Miro directo a los ojos a la arpía que tengo al frente volando, Aelo agita su cola de pez de adelante a atrás para mantener el vuelo – las liberare por completo cuando hayan hecho todo lo que les pedi. Además ustedes lo prometieron.

Lo sabemos – dijeron todas casi al unisono.

Y nosotras... - comienza una no supe cual.

Cumplimos... - sigue otra.

Lo prometido. – concluye Aleo.

Nosotras nos encargaremos mi rey – dice una de las arpías mientras se aparte de sus hermanas y se acerca a Aelo –  además una de la tareas que nos encomendaste esta hecha.

Ustedes no buscaron a Sarer – reclamo y con justa razón, nunca se molestaron en buscarla – solo se limitaron a decirme donde no esta. Quiero saber donde esta. Como traerla aquí de vuelta.

No era necesario buscarla – agrego celeno desde lo alto.

Ella no esta en este mundo – sigue Aelo – como ya te dijimos antes ella fue sacada de este mundo y llevada a uno diferente...

Es imposible traerla de vuelta para nosotras. Ya que no podemos usar magia – menciona la recién llegada – y menos una magia tan poderosa como para arrastrar a alguien fuera de su mundo.

En lo que respecta a las otras dos tareas – agrega Aelo – mis hermanas celeno, Diaspo y Alenis buscaran a los soldados que te traicionaron.

Por todo el mundo... - dijo una.

Si es necesario... - completo otra

Ocipete, yo, meia y kurse nos encargaremos de buscar a tu reina  y la traeremos hasta ti – dijo Aelo con toda confianza. Cierto ocipete – la arpía a su lado sonríe.

Nosotras nos encargaremos – dijo ocipete.

Espero que no fallen arpías. – digo con voz fuerte y autoritaria.

No te preocupes Atlimus – Aelo y su hermana se elevan para unirse a sus hermanas – pronto tu reina estará de nuevo a tu lado – apenas termina de hablar con un fuerte estruendo las puertas de palacio se abren de par en par y apenas un segundo después todas las criaturas mitad pez salen volando del palacio quedando todo como estaba antes. Vacío. 

Me levanto del trono y miro hacia el soldado que se había quedado cuando llegaron las arpías. Estaba paralizado de terror. Me acerco a él.

Que es lo que haces aquí – digo amablemente al tritón aterrorizado. No responde a mi pregunta así que vuelvo a repetírsela. Pero igual que antes no responde. – ¡Que no escuchaste a tu rey! – grito – ¡retírate! – pero apenas reacciona. Entonces llamo a otros dos tritones de la guardia real para que lo saquen. – estaré en mis aposentos y no quiero que me molesten. Y quiero que unos de ustedes vayan a las ruinas de la antigua ciudad, busquen al padre de la reina Ameli. No puede están muy lejos de ahí – ordeno a mis guardias, ellos asienten y se retiran llevando a su compañero cargado. No le iba a dejar todo  el trabajo a esas arpías. Yo también debía de hacer algo.

BESTIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora