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¿Ya era mi segundo o tercer cigarrillo?
Bueno, exageraba conmigo misma al hacerme esa pregunta, yo jamás había tenido esa adicción por el cigarrillo, sí, fumaba, pero muy pocas veces, normalmente cuando quería olvidar malos ratos.
Justo como ahora.
Desde el mirador de Manhattan en el que me encontraba, la gran ciudad de Nueva York se veía hermosa, llena de luces y música por doquier, los neoyorquinos estaban ansiosos por la llegada del tan esperado Año Nuevo, claro, siguiendo las debidas medidas de seguridad ante el COVID-19.
Le di una calada más a mi cigarrillo, suspirando luego de soltar el humo por mi boca. Esperaba olvidar todo, esperaba olvidar todo lo que había pasado en mi casa a unas horas del tan ansiado fin de año.
Desde que mis padres recibieron asilo político en Estados Unidos, no habían sido los mismos. El irse tan rápido de nuestro país natal les afectó demasiado, mi padre se volvió un mujeriego y mi madre una alcohólica, bueno, en sí los dos eran alcohólicos solo que mi padre tomaba en bares.
La hermana mayor de mi padre llegó junto a su esposo e hijo, para la cena de fin de año, todo iba bien las primeras horas, pero de un momento a otro, todo explotó.
Al parecer, mi sobrina, hija de mi hermano mayor, le había comentado a mi primo que ser homosexual no tenía nada de malo y que él era libre de elegir a quien guste para amar. Mi sobrina le enseñó fotos de ella y su novia que tenía en su celular, lastimosamente, sus padres los descubrieron y le arrebataron el celular por la fuerza, casi rompieron la pantalla.
Como era obvio, mi hermano se enojó con ellos, no tenían ningún derecho de tratar así a su hija. Mis tíos comentaron que su hija era una "anormal", debía ir a terapia y nunca más podría juntarse con mi primo porque ella lo estaba enfermando.
