Era una tarde lluviosa, aún lo recuerdo, Matt estaba en su ventana, mirando como caía gota por gota.
Teníamos unos 9 años, eramos mejores amigos compartíamos comics, muñecas, autos y maquillaje era como la persona que jamás se iría de mi lado.
- ¡Matt! - grité.
Él tomó el extremo de su ventana y subió completamente.
- ¡Hola Leah! - una pequeña gota de agua cayó en su ojo izquierdo.
Solté una pequeña risa piadosa y volví a hablar.
- ¿Vienes? - sonreí
- Espérame - cerró su ventanilla y se acercó a mi puerta.
Escuché el timbre y casi tropiezo con mi osita Anacleta, en fin, corrí y ahí estaba él.
Matthew Espinosa, el vecino que compartía todos sus secretos conmigo, castaño claro, ojos mieles, tornaban de color, él.
Recuerdo que ese día llevaba una camiseta azul con un dragón naranja escupiendo fuego y unos shorts blancos y esas Crocs que tanto me gustaban.
Traía su carro y unos autos de carrera nuevos.
Nuestros padres eran muy amigos, cenaban juntos y nos llevaban a la escuela juntos.
Todo era casi perfecto, faltaba la chispa de magia, nuestros preciados bombones.