Era de esas mañanas, cuando tanteaba la cama y estaba demasiado frío, aquello indicaba que llevaba bastante tiempo solo entre las sábanas.
Lo odiaba.
Se levantó maldiciendo por lo bajo, frotando sus ojos con los dedos pulgar e índice de una mano. Sentía la garganta seca y un leve dolor de cabeza. Buscó con la mirada sus zapatillas de dormir, aquellas que Stiles lo obligaba a tener para que no caminara descalzo por la casa.
Si, a veces Stiles podía ser un grano en el culo, y por a veces era prácticamente la mayor parte del tiempo. Lo cual, de acuerdo, podía hacer que Derek quisiera ponerle un tapón en la boca; no lo hacía. Pero la idea parecía cada vez más tentadora, como cuando Stiles lo sermoneó durante tres horas por haber manchado su sofá color cappuccino con salsa barbacoa.
Abrió las cortinas y tuvo que parpadear reiteradas veces para acostumbrarse a la luz ya que era un día malditamente soleado.
Siendo honesto, ya se había acostumbrado. Ni siquiera podía imaginarse viviendo nuevamente bajo un cielo gris y pisando tierra húmeda por el frio.
Derek había aprendido a odiar el frio.
Respiró profundamente al abrir la ventana, el aroma de las malditas gardenias que debía regar cada tarde a las seis con treinta minutos, por órdenes de Stiles, llegó gratamente a sus fosas nasales. Jamás admitiría que le gustaba el aroma de aquellas diabólicas flores.
Salió de la habitación principal, de aquel aposento que tenía el perfume de Stiles en las sábanas de la cama, que tenía una chueca repisa de pared con algunas fotos enmarcadas.
De paredes que Derek insistía eran blancas y Stiles gritaba, como si fuera la peor ofensa, que eran de color crema de nieve.
Buscó rápidamente en la pequeña y rústica cocina, frunciendo el ceño al ver la cafetera encendida. Se suponía que Stiles dejaría de beber café, se lo había prometido.
Salió al jardín trasero, a ese pequeño paraíso de árboles frutales donde Derek había armado un magnífico set campestre, a sus ojos, para que pudieran pasar sus tardes recostados en cómodos y grandes sofás de exterior bajo la sombra de los árboles.
Vio a Stiles acurrucado en sí mismo, con la mirada perdida y una taza cerca de sus labios.
Tenía sus piernas recogidas y los labios levemente morados, lo que implicaba, llevaba demasiado tiempo en el jardín, seguramente desde la madrugada. Curvas suaves, pies descalzos y su piel reflejando con soberbia los rayos del sol. El whisky de sus ojos, vagaba en algún punto del suelo. Llevaba una de las enormes sudaderas de Derek y un simple bóxer, sin ser consiente de cuan vulnerable se veía al usar la enorme ropa del ojiverde.
Derek caminó pausadamente hacía Stiles, no dijo nada.
Algunas veces era así, no había sido todo un cuento de hadas desde su reencuentro, distaba bastante de serlo. La libertad tuvo un enorme precio, uno que no pagó solamente Derek, y había días malos, días donde Stiles no podía con los recuerdos de aquellos meses donde pensó, Derek estaba muerto. Y despertaba, sintiéndose pérdido, temiendo del mundo.
Buscando apartarse, sin percatarse de cuánto lastimaba a Derek con eso.
Por lo general estaban bien, debían estarlo.
Ya había pasado un año desde que se hubieron reencontrado en La digue, un año que llevaban viviendo en aquella isla de clima y paisaje soñado. No había sido tan difícil para Stiles lograr aquel cambio en su vida sin levantar sospechas, no con Jackson cubriéndole las espaldas.
Oh si, el maldito rubio hijo de puta.
Jackson a quien Derek no había vuelto a ver desde que mataron al último socio de Anthony. Oh si, Peter mencionó algo de caipiriñas en el caribe junto a Theo.
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Prisionero (adaptación)
RandomCuando Stiles Stilinski escuchó la sentencia del jurado, el mundo se desmoronó ante sus fanales vidriosos e índigos. Condenado a cinco años de prisión por una negligencia médica que no cometió, fue trasladado hasta una prisión de máxima seguridad. ...