Atrapasueños.

Prólogo

Soñar te abre un mundo de posibilidades, al menos era lo que Mía pensaba cada vez que preparaba su cama para dormir.

Ella procuraba irse a dormir a una hora prudente, no le gustaba desvelarse ya que eso hacía que se formaran bolsas y ojeras; por lo menos eso era lo que había leído en un blog de belleza el cual abría de vez en cuando en su oficina cuando tenía ratos libres.

Esa noche, como las últimas tres noches, no podía dormir. Ella se revolvía en su cama, de un lado a otro cuando su vista se centró en un objeto que adornaba su pared, justo en la cabecera de la cama. Un atrapasueños.
Habría comprado el adorno en una feria que hubo recientemente. Con un poco de duda de como realmente funcionaba lo colgó en su cuarto. Miró el reloj, eran las 11 p.m. Al dia siguiente tenía que ir a trabajar y no podía permitirse que la vieran con ojeras.

—¡Vamos Mía, duérmete!—se dijo a sí misma y se escondió entre las sábanas.

Finalmente dormida comenzó a soñar, en el sueño veía a una persona que se acercaba a ella, pero no era capaz de ver su rostro. Ese sueño extraño la hacía despertar y acababa levantándose para tomar algo de agua.

—No puedo seguir así—decía deteniéndose la cabeza—solo me quedan algunas horas de sueño.

[...]

Amaneció y los primeros rayos de sol cayeron curiosamente en el atrapasueños. Mía se despertó con el ruido de la alarma y se le quedó mirando al amuleto.

—¡Más te vale que deje de tener pesadillas!—sentenció.

Se metió a la ducha y empezó con su rutina de belleza, al salir de la ducha se puso una crema nueva olor a duraznos que había comprado en una nueva tienda cerca de su apartamento.

Mientras la crema humectante era absorbida por su cuerpo ella se dirigió al closet donde se detuvo por algunos minutos tratando de decidir cuál conjunto llevaría ese día. Su jefe le había pedido que fuera lo más formal y presentable posible.

Ella sabía vestirse muy bien y sabía a qué se refería su jefe. Desde que ella había conseguido el trabajo como asistente personal del respetable señor Xavier Blacksmith tenía dinero de sobra para comprar ropa, zapatos y maquillaje.

Eligió un conjunto sobrio, una falda con corte en un lado color negra, una blusa blanca y un blazer negro junto con unos zapatos de tacón de charol negros. Se puso un collar delicado y una pulsera ambos bañados en oro de 24 kilates.

Mía llamó un taxi y se dirigió hacia la oficina. Mientras el muchacho conducía ella se retocaba el maquillaje habilidosamente sin que se le corriera el delineador de ojos.

Al llegar ella amablemente le dio una buena propina al muchacho y este se fue, dejándola enfrente del edificio donde trabajaba. Había llegado justo a tiempo. Empujó la puerta y entró. Su jefe aún no llegaba.

Se sentó en su silla y encendió su computadora. Minutos después su jefe, el señor Blacksmith hacía su aparición, ella rápidamente se levantó de su silla y lo saludó.

—Buenos días señor Blacksmith, ¿Cómo está?—dijo Mía arreglando su ropa.

—Mía, en unos momentos vendrá alguien muy importante quiero que canceles mis citas de la mañana—dijo abriendo la puerta de su oficina.

—Sí señor no se preocupe— dijo su asistente tomando nota.

Luego antes de salir de la oficina fue detenida por su jefe.

—Cuando venga mi amigo lo haces pasar directamente a mi oficina, ¿entendido?
—Entendido señor, no se preocupe yo me encargo.

Mia salió de la oficina y se sentó a hacer algunas llamadas para cancelar las reuniones de su jefe. Se encontraba terminando una llamada cuando sus ojos se detuvieron en el hombre que entraba en ese momento.

—Buenos días, ¿En que lo puedo ayudar?—dijo Mia levantándose de su asiento.

—Buenos días, busco al señor Xavier Blacksmith—dijo el hombre misterioso.
—Oh, Dante, has venido. Ven entra a mi oficina— dijo el jefe saliendo de su oficina.
Ambos entraron y cerraron la puerta a sus espaldas.

—¿Dante?, ¿quién será ese hombre misterioso?.