Capítulo treinta: El universitario.

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No sé si se diría miedo a lo que sentía en ese momento. Más bien, diría intriga. Dean no había sido el que hizo toda esta cosa. Nadie más, además de mí y de Dean tenía la llave de la casa, ¿quién podría haber entrado?

Entonces, cómo si leyera mi respuesta, Tobias apareció desde la cocina. Oí maldecir a Dean por lo bajo, así que, corrí hasta donde estaba Tobias. Dean estaba yendo hacia él con los puños muy apretados. Me interpuse entre los dos con los ojos bien abiertos. Sabía que no iban a hacer nada mientras yo y Castiel estemos allí en medio.

– Quítate, América –me ordenó Dean–. ¿Qué mierda hace este tipo aquí?

– Paren, por favor, no peleen. ¿No creen que es demasiado? –les pregunté–. Hagan las paces, por favor, ¿por mí?

Ninguno me respondió. Tobias lanzó un puño por encima de mi hombro y grité automáticamente. El puño cayó en la mejilla de Dean, entonces, él respondió con otro puñetazo.

Me corrí del medio, ya que no quería que mi hijo sufra alguna consecuencia. Cassie corrió hasta mí y agarró a Castiel.

– América, vamos –me dijo. No respondí–. América...

– No –contesté firme–. Estoy jodidamente cansada de estos idiotas inmaduros.

Tobias volvió a lazar un puño pero Dean lo esquivó y esta vez él lanzó un puño. Antes de que pudiera responder alguno de los dos me metí en el medio rápidamente y golpeé la entrepierna de Tobias y luego la de Dean.

Los dos instintivamente se agacharon del dolor, entonces, con mi frágil puño les golpeé a ambos la espalda para que cayeran al piso.

– ¡He dicho que dejen de pelear! –les grité.

Los dos elevaron su mirada hacia mí. Estaba roja del enojo, sentía mi sangre correr rápido y mi corazón bombeando frenéticamente.

– Dejen de pelear –dije más calmada.

Volvieron a mirarse el uno al otro y suspiraron.

– América, ¿de qué lado estás? –me preguntó Dean.

– Del mío –le contesté–. Si van a seguir peleando, está bien. Pero, yo me largo de aquí y nunca más me volverán a ver.

Caminé hacia donde estaba Cassie con los ojos abiertos como platos y tomé a mi hijo. Me dirigí a la habitación de Castiel y tomé el carrito, algunos juguetes, biberón, pañales y armé un pequeño bolso de ropa de Cas.

Salí de allí enojada por lo que acababa de pasar y pasé por al lado de Cassie.

– Cassie, ¿me acompañas? –le pregunté y asintió.

Tobias y Dean me miraban con preocupación, pero no me importaba. No me iba a ir de la casa pero me tomaría un tiempo en el parque para despejar mi mente. Sé que todavía no puedo sacar a mi bebé, pero para ello tengo el carrito que tiene una tela impermeable y llevo una mantita bastante gruesa.

– Espera, América, lo siento, no volverá a pasar –prometió mi novio–. Por favor, América, perdóname. No te vayas.

– Déjame, Dean.

Dicho eso salí de la casa y cerré la puerta de un portazo tras de mí. Una vez que estuve afuera, Cassie abrió el carrito y yo puse a Castiel allí. Lo tapé y le puse el chupete en la boca.

– ¿Qué fue todo eso? –me preguntó Cassie.

Me encogí los hombros.

– No lo sé. No tengo ganas de estar allí dentro. Ni siquiera quiero agradecerle a Tobias por los pétalos ni los regalos. Ni siquiera los abrí.

Encadenada al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora