El surco de lágrimas está seco en mis mejillas y al lamer mis labios siento la sal de mi llanto. Ahora toca la peor parte, actuar.
Me levanto, sacudo mi uniforme y voy hacia el salón de profesores. Al pensar en lo que tendré que hacer una bola de tensión se asienta pesadamente en mi estómago y mi mecanismo de defensa viene al rescate una vez más. Me refugio en lo más profundo de mi psique, así que no tengo mucha noción de lo que estoy haciendo cuando hablo con mis maestros.
Entre la bruma entiendo que ellos han accedido a mi ruego, no hay marcha atrás. Tengo otro turno con el monstruo, nunca creí que me alegraría de verlo otra vez.
Llego tarde, por supuesto, pero él me deja pasar sin incidentes.
Me siento descompuesta, perdida y triste. Mirarlo dirigirse a sus alumnos confiadamente, como si todo estuviera bien en el mundo, consigue hundirme de nuevo y cansancio y el miedo amenazan con resurgir. Cojo mi celular y pongo play, antes de que ya no pueda hacerlo.
La clase avanza conmigo mirando todo el tiempo por la ventana, escucho en el fondo de mi mente su repugnante voz pausada. El aula se sume en el silencio, algo que me extraña. Al pasear mi mirada por el salón veo a mis compañeros copiando algo en sus libretas, él está recargado contra la pared y quedo atrapada sin remedio por su mirada perversa.
Sus ojos son triunfo, puro triunfo y satisfacción malévola. De pronto soy lo que él ve en mí. Bajo esos ojos inhumanos pierdo la conexión con mi ser, no existo más allá de sus deseos. No soy nadie y vine a este mundo para ser su víctima. Nunca en mi vida he conocido verdaderamente el miedo hasta este segundo.
La mirada salvaje que me dedica cambia algo en mí, me da la sensación de que estoy ante una verdad fundamental. Ese es el verdadero rostro de la maldad. No puedo dejar de mirarlo, mi instinto de supervivencia grita que necesito recordar esta podredumbre reflejada en un rostro humano para reconocerla otra vez, para poder protegerme en el futuro.
Nunca él ha sido más sí mismo que en estos momentos en los que estoy a punto de ser suya, en este mismo segundo en el que casi estoy vencida. Otra lágrima corre por mi mejilla mientras lo miro.
Al verme llorar la comisura de su boca se levanta solo un poco, lo suficiente para completar el cuadro terrorífico perfecto.
Mi peor pesadilla.
Corto el contacto visual tapándome la boca para ahogar los sollozos. Cierro los ojos y me recuesto contra la pared y deseo que todo termine, quiero volver a ser una niña y acurrucarme segura en los tiernos brazos de mi madre. Algo que no he hecho en lo que parece una eternidad.
Pasa el tiempo y la campana toca una vez más. Escucho las sillas arrastradas contra el suelo, a mis compañeros hablando y los pasos de todos ellos alejándose. Sigo con los ojos cerrados, no me veo capaz de levantarme. Las piernas me tiemblan y estoy muy débil.
A él lo oigo borrar la pizarra con tranquilidad y luego a sus pasos acercarse. La silla a mi lado se mueve y siento su respiración. El ambiente es tan tenso que no me atrevo a moverme. Pone su mano en el espaldar de mi silla. Se acerca más y yo me pego a la pared tanto como puedo. ¡No me toques!
- ¿Qué pasa, Verónica?- pregunta suavemente, con ternura.
Permanezco en silencio, aunque tampoco puedo hablar. Los sollozos no me dejan.