Era una navidad muy helada.
Salí de casa porque papá está enfermo y no tengo dinero para su medicina, así que tengo que vender todas las bufandas que mamá tejió. Ella quería venir conmigo, pero le dije que cuidara de papá.
Mis manos tiemblan un poco, pero esta bien, solo tengo que vender las bufandas. Si me atrevo a ponerme una, ya no la querrán.
El aire es tan frío y mis exhalaciones crean pequeñas nubes que salen de mi boca, las personas pasean tomados de la mano de sus hijos o parejas y señalan hacia las vitrinas, deslumbrados por el resplandor de los adornos navideños.
Camino con mis zapatos que no calientan mis pies lo suficiente, y alzo las bufandas esperando que alguien se acerque a comprarlas.
¿No les gustarán? ¿No tendrán dinero? ¿O simplemente no quieren bufandas?
Veo una pequeña niña mirando a su alrededor, entrecierra sus ojos y se quita constantemente el pelo de la cara. Su cabello largo está dividido en dos moñitos que salen de su gorro, sus botas son del mismo color de sus guantes y se frota las manos de vez en cuando.
Dejo de verla y continúo con mi intento de vender mis bufandas. Una señora se detiene y me compra dos, me habla un poco de sus nietos y que nunca la visitan, pero ella siempre reza porque estén bien y felices. Yo le aseguro que lo están porque son afortunados de tener una abuela tan cariñosa.
Yo no tuve el placer de conocer a los míos.
Mi mirada se mueve por reflejo hacia el espacio donde estaba la niña, pero ya no está sola, hay un señor que está hablando con ella. Supongo que es su padre. Pero en el momento en que ella lo pisa y sale corriendo esa suposición se anula.
Veo como el señor intenta perseguirla a paso rápido pero sin correr, para no llamar tanto la atención. Ni siquiera me doy cuenta cuando camino hacia ellos y le ofrezco amablemente una bufanda. Él no acepta así que insisto hasta que lo irritó tanto que me grita. Finjo llorar tanto que las personas alrededor se alertan. Él les asegura que no pasa nada y se va.
La niña de las coletas regresa.
—Gracias, listillo —me dice y luego frunce el ceño—. Si tienes tantas bufandas ahí, ¿Por qué no usas una?
—Son para vender —contesto y luego me giro para seguir con mi camino.
—¡Oye! Detente —me alcanza y se coloca frente a mi—. Tienes que ayudarme, mis padres se perdieron y estoy buscándolos.
¿No es al revés?
—Tengo que vender estas —señalo las bufandas—, tú puedes sentarte ahí y esperar a tus padres.
Ella bufa y se cruza de brazos, —Eso es aburrido, mejor te ayudo.
—Sin ofender, pero...¿Alguna vez has vendido algo? —la miro de arriba a bajo, tela de calidad, collares que apostaría son de plata y sus zapatos lucen nuevos.
Ella alza su ceja y me pasa a un lado chocando mi hombro, toma una de mis bufandas y se sube sobre un banco de la plaza.
—¡Las mejores bufandas! ¡Echas a mano y con todo el esfuerzo que ustedes merecen! —empieza a gritar— Vengan por las suyas y disfruten de una cálida navidad con una cálida bufanda.
Sorprendente las personas empiezan a acercarse a ella y preguntarles. Yo me acerco tímido y le susurro:
—Cuestan cinco dólares.
—¡Son ocho con cincuenta! —dice ella y las personas empiezan a pagarle. Se baja con una sonrisa triunfante, —Vendí casi todas.
—Muchas gra-
Ella mira detrás de mi y se baja rápidamente del banco.
—¡Papa! ¡Mamá! ¿Dónde estaban?
—¿Dónde estabas tú, señorita? —reprocha el hombre mayor y luego se dirige a mi, que estoy a un lado mirándolos— ¿Necesita algo, jovencito?
—No, solo-
—¡El me salvó! —vuelve a interrumpirme— Uno de los sucios de los que me hablaste se me acercó y quería llevarme con él.
¿Sucios?
—Oh —dijo el y luego metió la mano en su bolsillo—. Muchas gracias jovencito, se que no es la mejor manera de mostrar gratitud, pero me alegraría que aceptaras esto —me ofrece un fajo de dinero y yo trago saliva. Nunca había sostenido tanto dinero junto.
Pero luego recuerdo los valores que mamá me inculcó.
—No debería aceptarlo, señor. Yo hice lo que creí correcto.
La niña se me acerca y me tiende lo que le dieron por las bufandas —. Bueno, esto es de las bufandas que me compraron, y esto —toma la mano en donde su padre me dio el dinero por rescatarla—, es por las bufandas que quedan.
—¿Qué? —la miró sin comprender.
—Si, dámelas —pide y yo se las doy—. Y dame también tú chaqueta.
—¿P-Por qué?
—Te la estoy comprando —su mano sigue extendida y le doy mi chaqueta descolocado—. Bien, ahora ya es justo, es dinero que te ganaste. Deberías volver a casa antes de congelarte. Ugh, odio el invierno.
La niña toma la mano de su madre, —que se ha quedando viendo el intercambio igual o más confundida que yo— y la de su padre, alejándose los tres y dejándome con frío y con dinero.
Observó los billetes en mi mano, estoy seguro que mi chaqueta no valía tanto, pero al menos vuelvo a casa con algo más que dinero.
Con esperanza.

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Tan suave como espinas [Borrador]
Teen FictionKenna es una excéntrica chica que ha escapado de las garras de la muerte. Dentro de su arte, su desorden y su astuto juicio, intenta seguir con su vida, o entenderla. Lo que pase primero. Su camino se cruza con Nicholas, un hombre con el que encuen...