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El pitido insistente del despertador lo despertó. Como cada mañana. Como siempre.

Su vida era demasiado monótona: ducharse, desayunar, vestirse, echar el cerrojo a la puerta, bajar las escaleras y coger el taxi a la misma hora de siempre (porque no había forma humana de que el taller le devolviese su moto, desde hacía dos semanas) para que lo llevase al trabajo, donde estaría hasta la noche. Volvería otra vez a casa para darse otra ducha, cenar y acostarse. Ni lectura, televisión, vida social. Nada de nada, salvo él y el maldito reloj que marcaba su eterna tortura.

Mientras hacía todo lo que aquellas agujas le decían que hiciera, pensó en suicidarse. Desaparecer. ¿Quién iba a notar que faltaba? Nadie. Ni amigos. Ni familia. Ni novia. Ni mascota.

Sólo él.

Pero no. Por desgracia, además de aburrido, era también un cobarde. Y un inútil. O eso pensaba de camino a la calle para coger el taxi. Al salir, dio un suspiro mirando al cielo. Todo despejado. ¿Acaso el tiempo se burlaba de él? Al igual que la tabla de sonido en la radio en la que trabajaba. Sabía cómo manejarla pero había días en los que hacía lo que le daba la gana y era víctima de enfados y más enfados.

A veces, sentía el impulso de coger a la presentadora del programa y...

De pronto, y sin saber cómo, empezó a llover. Soul volvió a mirar hacia arriba.

El cielo estaba repleto de nubes grises y se había levantado una ligera brisa. Definitivamente, el tiempo se reía en su cara.

El flequillo blanco se le pegaba a la frente, y llevaba tanto el jersey celeste como los pantalones vaqueros largos ya empapados, así que no se molestó en subir a por un paraguas. ¡Si quiere llover, que llueva, maldita sea!, pensó airado. Se centró en la carretera, para cazar un taxi vacío y abordarlo. Pero alguien resopló a su lado tan fuerte que captó su atención. La chica, de cuerpo menudo pero bien formado, tenía el pelo largo, liso y rubio, recogido en un par de coletas altas. Lo llevaba al estilo Hatsune Miku, cosa que hizo sonreír a Soul como un tonto. Era su idol virtual favorita.

Soul se fijó en ella, y en cómo miraba a un lado y a otro de la calle bajo su paraguas transparente. Irónicamente, también era como su tono de barra de labios, es decir: al natural. Llevaba un vestido de manga larga que cubría sus rodillas de color azul egeo, con una hilera de teclas de piano perfilando su cuello, a la altura de los hombros. Medias oscuras sobre sus largas piernas. Y las botas blancas no dejaban de pisar un charco tras otro en la acera mientras ella se movía con inquietud. Miku estaría bien orgullosa.

Era adorable y preciosa. Realmente preciosa.

Al parecer buscaba otro taxi en la que creía que era solamente su esquina. Y los taxistas no eran estúpidos. Sin duda, la pararían a ella y llegaría tarde al trabajo. ¿Y quién no, con ese aspecto? ¡Tampoco podía culparlos! La chica cruzó la mirada con la de él, observándolo durante un rato por el rabillo del ojo. De pies a cabeza, como había hecho con ella antes de volver a estar pendiente a la carretera, a sus zapatillas de deporte también empapadas.

—Estupenda mañana, ¿verdad? —dijo la chica, con una sonrisa cómplice por encima del sonido repiqueteante de la lluvia.

Soul se pasó una mano por el pelo de forma despreocupada.

—Supongo —respondió de manera automática.

¿Pretendía ganarse su confianza usando sus artimañas femeninas para quitarle el taxi, y que siguiera llegando tarde? No funcionaría.

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