Capítulo 26.

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[Le Bête.]

Makis.

Mi corazón golpeaba con fuerza en mi pecho, deseoso de poder hundir las garras en la garganta de ese desgraciado que había arrancado lágrimas de los ojos de mi amor, de Mi Luna; porque nadie, absolutamente nadie era digno de arrancar una lágrima a mi amor. Los volantazos violentos solo hacían que la adrenalina terminase de bombear sangre hasta en mis oídos al punto de silenciar cada uno de los sonidos del ambiente.

—Makis. — Los gruñidos apenas me dejaban escuchar más allá, pero la voz temblorosa de Juliana me hizo volver. — Tienes que pensar en frío para enfrentarte con él.

—¡Este imbécil se está metiendo con mi mujer! — Rugí. — Lo voy a despedazar. — Parecía como un perro salivando ante la idea de quitarle la tráquea. — Voy a quitarle los ojos y hacérselos tragar. — Casi comencé a lamentar el cuero legitimo que recubría el volante de mi carro del año, pero mis garras ya habían sido liberadas y ya rasgaban el inmaculado lugar. — Voy a acabar con su vida de una maldita vez y borraré su existencia de la faz de la tierra.

Estaba tan inmersa en despotricar contra ese maldito ser, que apenas pude distinguir el rojo cobrizo de unos ojos refractando la luz de ese perro sarnoso, junto a la sonrisa demoniaca y los hombros anchos rasgando la ropa hasta convertirse en el monstruo que era. Di dos volantazos, intentando mantener el carro dentro de la carretera, pero solo pude frenar cuando un árbol se me atravesó al frente.

—La pequeña y enojada Makis. — Esa voz con una burla tétrica grabada en ella había terminado por desatar una furia incontenible. — Acaba de chocar su hermoso coche y de seguro se echará a llorar.

El demonio que rugió a mi interior abalanzó mi mano a su nuca. — Hiciste llorar a mi mujer. — Dejé de ser ese lobo de proporciones épicas, para mantener la pose demoniaca de una bestia bípeda, con piel grisácea y esporádicas manchas de pelaje negro que manchaban la pulcritud de la dermis. — La dañaste sin contemplaciones algunas. — Los colmillos y los ojos fueron lo último que se revelaron frente al rostro sorprendido de mi oponente. — Y vas a agar por cada una de las lágrimas derramadas por ella.

—Le Bête Du Gévaudan. — Susurró con una sonrisa socarrona. — Esa era la verdadera cara del lobito manso que arrastraba la cola entre sus patas cada vez que una asquerosa humana exigía sus caprichos. — Miré el resultado del enojo desmedido, el descuido y el instinto protector de ver a mi compañera en peligro había sacado a la luz el pasado. — Eres el ser despreciable que atemorizó mi infancia y me arrebató todo. — Una patada en el estómago y la aberración total a las verdades reveladas se conspiraron para hacerme caer como un tronco sobre mi espalda. Pero tu no me recuerdas en absoluto, ¿no es verdad? — Cuestionó rodeándome con pasos cautelosos. — Supongo que solo recuerdas a la manada de idiotas, encabezada por un monstruo despiadado que llegó a hacerte la vida imposible, ¿o me equivoco? — Intenté devolver las memorias de ese periodo oscuro en el que lo único que recordaba era el sabor de la sangre tibia en la punta de mi lengua. — Supongo que no recuerdas los ojos atemorizados de un niño de cinco años, que te suplicaba que no le rompieras el cuello a su hermanita, o que imploró sobre los cadáveres inertes de cada uno de sus familiares, ¿no? — El pueblo Francés, el pueblo que masacré por completo. — Supongo que tampoco recuerdas que tus uñas se clavaron tan profundamente en mi cadera, que apenas pude moverme cuando tenías tus fauces sobre mi cabeza. Estaba entregado a morir y me dejaste sin nada. — Rugió con los ojos completamente rojos, llenos de la sed de venganza. — Nada más que el poder de destruirte cuando tuviera el poder suficiente.

Mi cuerpo terminó por ceder al terror completo de ver revelada esa naturaleza con la que había luchado gran parte de mi vida y volvió a la forma humana, doblegándose ante el dolor más fuerte que podía experimentar; los recuerdos que jamás borraré.

Mi Luna. - (Ventino) [Makia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora