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(Ventana, casa de Dörfli)

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(Ventana, casa de Dörfli)




Explorar (parte 1)





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El parecido era simplemente extraordinario.

—Mírala, que hermosa. Que fuerte y bella era—exclamó la tía Brígida admirando la foto lo mejor que pudieran sus ojos.

—¿Fuerte?

—Por supuesto. Tu madre fue la persona más fuerte que conocí. Y el parecido que tienes con ella es increíble, Heidi.

El silencio en la sala permaneció por unos instantes.

—Claro que también te pareces mucho a tu padre pero, con tu madre... es... vaya—suspiro.

Y era cierto.
Ambas con sus cabellos negros, tez blanca como la nieve, ojos un poco grandes, redondos y brillantes, el ceño ligeramente fruncido debido al flash de aquella foto de hace unos años atrás, que por supuesto, era en blanco y negro.

—Recuerdo ese vestido que llevaba ahí.

Heidi miró a la tía Brígida, parecía que todo lo que saliera de su boca ese día era pura joya recién pulida.

—Era color celeste, como olvidarlo. Amaba ese vestido— sonrió—Yo ayudé a escogerlo claro. Se pasó horas enteras tratando de averiguar cómo podría arreglarse para esta fotografía. Era muy perfeccionista.

—Ja, me recuerda a alguien...—dijo Pedro con los brazos sobre la mesa admirando la foto también, haciendo referencia a la primera cita que tuvo con Heidi. Pero ésta estaba sumida en la foto más que nadie en aquella sala.

No pudo despegarse de ella, no sabía si sentía tristeza o felicidad. En realidad ni siquiera era por contemplar a su madre en una foto perfectamente tomada, sino porque su humor estaba inestable desde hace días y los dolores de cabeza aún no cesaban. Acarició su cien una vez más y trató de dejar de mirar el pedazo de papel con su madre claramente plasmada.

Su mirada se posó en la caja, tenía un par de cosas dentro. Pero por alguna razón no se había atrevido a abrirla aún. Tal vez no quería terminar aquel recorrido por el pasado de su progenitora tan rápido... era eso. Porque sería lo último que descubriría.

—Puede que no quiera dejar de sorprenderme—pensaba en su cabeza, que por cierto, seguía doliendo como mil demonios. Este dolor era diferente a los que tuvo antes, se había extendido a su nuca y cerca de su vista. Literalmente le dolía la cabeza. No fue consciente de que sus manos viajaron por sí solas hacia sus cabellos tratando de hacerse una especie de auto caricia, apoyó la frente en la mesa y cerró sus ojos marrones un poco cansados de tanto visualizar.

Claro que los dos individuos se dieron cuenta de el estado en el que se encontraba la pelinegra.

—¿Que dices mamá? ¿Es hora de una siesta para Heidi?—dijo Pedro mirando cómplice a su madre.

Mountain | Heidi&PedroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora