Reconócelo

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Bajo el sol de la tarde la apreciaba mejor que nunca.
Toda ella le fascinaba. Cada expresión, cada movimiento, cada palabra. Si salía de ella, era maravilloso.
Ahora, a su lado, la admiraba a detalle. Apoyada en su hombro, hacía silencio absoluto y Yasuo ni siquiera la sentía respirar. Las deidades no respiran, al fin y al cabo. Miró sus manos y notó que las puntas de sus dedos se transparentaban un poco, casi al final. La fé en ella disminuía, le había contado, y eso afectaba no sólo su poder sino su forma física. Él sospechaba que su ánimo también, pero que cuando iba a verlo lo escondía. O tal vez no tenía emociones algunas.
Últimamente había estado divagando mucho en aquello. Ella era la diosa del consuelo, capaz de brindarle paz a cualquiera en una situación abrumadora. Pero, ¿lo hacía porque era su deber, o porque sentía empatía por ellos? Si no sentía nada por su pueblo, ¿por qué con él, quien provenía de otras tierras, sería diferente? ¿Qué hacía ella a su lado? ¿Se sentía obligada a estar con él porque quería guiarlo? ¿Sentía algo en absoluto?
Creería que sí, sino, aquellas veces en las que le había susurrado que lo amaba, al compás de una brisa envolvente y particular que sólo sentía cuando ella le decía eso, habría sido mentira. ¿Por qué mentiría con algo así? No había razón, como tampoco las había en un inicio para estar juntos.
Sin embargo, allí estaba ahora. Serena. Tranquila. Desapareciendo ante sus ojos. La fé de un sólo hombre no podría salvar a un ente con tanto poder como lo era Janna.
A veces le daba miedo que partiese y no regresara, y él se sentía perdido. Estaba harto de ese sentimiento, cansado de siempre depender de alguien. Pero sobre todo, necesitaba un cambio. Algo nuevo que trajese novedad, fuertes emociones en su vida. Más que el amor, se atrevía a decir, pero sin dejar que aquella necesidad doblase lo que sentía por ella. Y un día, entre monotonías, lo encontró.

—Qué sucede.

Janna habló, de pronto. Interrumpiendo el silencio que hasta entonces se había mantenido, su voz fue suave como siempre y despertó unos latidos más fuertes en el corazón de Yasuo. Nunca acabaría de acostumbrarse a tal magnificencia.

—¿Qué quieres decir?
—Te conozco, algo te está agobiando.

Levantóse de su hombro, tomó asiento en el césped, frente a él. Sus piernas juntas, Yasuo la observó nuevamente unos instantes y volvió a lo transparente de sus dedos. Notó aquello mismo en sus pies, un poco más notorio, y las puntas de sus cabellos. No tenían fin, incluso sus ojos también estaban más claros que antes. Un celeste tan intenso, que sólo con verlo le daba escalofríos. De frente parecía una ilusión. Si no fuera porque hasta hace un instante la estaba tocando, creería que al extender su mano jamás alcanzaría nada.

—Me voy.

—¿A dónde?
—A Aguasturbias. Con una conocida.

—¿Para qué?

—Nada en específico. Simplemente no hay razones para quedarme aquí, desde el regreso de Yone... Es como si estas tierras me despreciaran. No me siento bien aquí. Necesito irme.

El celeste de la mirada de Janna se intensificó. De pronto, una lágrima. Un suspiro. Una ráfaga algo pesada levantó las hojas que habían caído de los árboles a sus alrededores.

—De acuerdo. —habló ella, entrelazando sus propias manos— Ten cuidado.

Yasuo ladeó la cabeza, notando que la lágrima que cayó por el rostro de la deidad jamás llegó al suelo.

—¿Por qué lloras?
—Porque quiero que estés bien, de verdad lo hago. Pero... percibo que algo te pondrá en mucho peligro en aquél lugar.

Otra vez silencio. La brisa se intensificó y Janna sollozó, el castaño atento ante ese gesto.

—Sin embargo. Estarás peor si permaneces quieto aquí.
—Janna...
—Vé, necesitas ir. Te aliviará de una forma que ni siquiera yo podría ofrecerte. A veces las personas necesitan más que el consuelo.

Una de las manos de la diosa alcanzó la del espadachín, y él se entristeció ante el frío agudo que esta le provocó.

—Mis vientos ondearan a favor de cualquier embarcación donde tú te encuentres. Te acompañaré en tanto me lo permitas. De verdad, pondré todas mis esperanzas en que halles algo allá con lo que puedas sanar.

A pesar de lo alentadoras de sus palabras, el llanto de la rubia no se detenía. Yasuo sentía el pecho quemarle.
Siendo él ahora quien sujete la mano de ella, la elevó hasta sus labios y dejó un beso allí. Ella volvió a sollozar. El espadachín clavó su vista en los dedos de la deidad, y luego en su expresión totalmente quebrada.

—... Te duele.

Un quejido alto, más lágrimas. Otra ventisca fuerte.

—Inmensamente. —le respondió, su tono ya no transmitía paz.

Yasuo extendió sus brazos y ella fue hasta él, escondiendo su rostro en su hombro. El castaño besaba su cabeza, a fín de calmarla, y reconoció que su amante sí tenía la capacidad de sentir. Quizás incluso más que él mismo.

Percibir || Yasuo x JannaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora