Prólogo

2 0 0
                                    

El cuerpo estaba sentado en una silla de oficina. Descansaba el mentón sobre el pecho y tenía las manos sobre el regazo. Podría parecer que se hubiera quedado dormido tras una noche de extenuante trabajo, sino fuera por la palidez y por el ligero olor desagradable que comenzaba a aparecer. La policía tomaba notas de todo lo que pudiera ser relevante mientras evitaban tocar al fallecido. Esperaban el levantamiento del cadáver, pero no podían evitar volver a mirarlo con incredulidad. Demóstones estaba muerto. Para muchos en el cuerpo, fue el héroe de sus infancias. Lo recordaban como una columna de duro granito, con manos fuertes y corpulencia notable; el perfecto aeronauta, pero había envejecido. Los restos que descansaban en esa silla eran los de un anciano muerto en la comodidad de su hogar y tras su retiro merecido después de toda una vida de heroicidades. Qué lástima.

Las puertas de la oficina se abrieron de golpe. Un hombre enérgico entró rompiendo la casi liturgia, seguido de una mujer que pedía disculpas con los ojos a todos los presentes. El hombre llegó al centro de la oficina de tres zancadas y se echó al suelo. Comenzó a hurgar en la alfombra mientras susurraba para sí mismo.

—¿Disculpe?

—Trazas de arcilla rojiza... ¿ladrillo? No, quizá sea algún derivado.

—Hola, soy la señorita Ashen. Perdone a mi compañero — dijo la mujer mientras propinaba una sutil patada —. No tiene modales.

—No pueden estar aquí.

—En realidad, me temo que sí.

La señorita Ashen mostró al policía un documento oficial que les daba permiso, a ella y a su compañero, para investigar cada detalle que fuera necesario. El hombre se levantó con la misma energía con la que se había tirado al suelo.

—¿Está usted al cargo de la investigación?

—Si, claro. Soy el sargento...

—No me importa su nombre, solo que no nos moleste. Meleadora, empieza por un listado de fábricas de jarrones. ¿Habéis comprobado las ventanas?

—Eh... no. Aún no hemos descartamos la muerte natural.

El hombre se dirigió a la ventana. Sacó un estetoscopio y comenzó a auscultar el marco mientras daba ligeros golpes con la uña.

—Claramente, todas las muertes son naturales. Si le cercena la cabeza a una personal, lo natural es que muera —dijo el hombre mientras continuaba dando golpes.

—No me refiero a eso, quizá haya sido por causas de la edad.

—Meleadora, hazme el favor de levantarle el mentón a nuestro querido Demóstones, ¿quieres?

—¡No pueden tocar el cuerpo!

—Meleadora, hazme el favor de volverle a enseñar el documento al sargento Nosequién y luego levántale el mentón al fallecido.

El sargento solo pudo rumiar su queja mientras la señorita Ashen tocaba el cuerpo. Al levantarle el mentón vieron claramente unos dedos marcados en la tráquea. Asesinato entonces. Estrangular a alguien de aquella manera era terrible, pero estrangular a Demóstones lo hacía aún peor.

—¿Cómo lo ve, sargento? ¿Muerte natural por falta de aire?

—Eso parece. Aunque creo que le aplastaron la tráquea.

—No se equivoca. Pero eso no es lo que más me llama la atención.

—Para aplastar una tráquea así haría falta una fuerza...

—¿Habéis encontrado huellas? Cerraduras forzadas, cristales rotos...

—No, y el sistema de seguridad estaba activado cuando hemos llegado.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jan 09, 2021 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

AeronautasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora