PRÓLOGO. Parte 2

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–¡Te veo nervioso, chico! –Exclamó un veterano mercenario al que llamaban el Tuerto–. ¿Es tu primer trabajo?

–Sí, señor –respondió el joven imberbe al que iba dirigida la pregunta–. He hecho algún trabajillo menor, pero es la primera vez que formo parte de una escolta como esta –confesó.

–No tienes de qué preocuparte –añadió otro, un espigado hombre apodado Rojo por el color de su cabello–. Somos doce sin contar a los dos guardias personales que acompañan a la dama Aressa en todo momento. Además, no llevamosprecisamente un cargamento de oro y joyas, es solo una mujer. No corremos peligro.

–¿Estáis seguros?

–Claro. Es un trabajo sencillo, dinero fácil –aseguró el que había hablado primero mientras mordisqueaba una salchicha recién hecha en la lumbre–. Relájate y come algo, anda.

El chico aceptó de buena gana el palo con otro chisporroteante trozo de carne que le tendía su compañero y comenzó a masticar con una sonrisa.

–Ya verás, muchacho. Cuando tengasmi edad te acordarás de esta primera noche de guardia y te reirás de tus propios miedos.

Una sombra se deslizó unos metros por detrás de los mercenarios mientras estos bromeaban entre bocado y bocado.



El semielfo observó a sus presas con fascinación. A pesar de que por sus venas corría sangre humana el único trato que había tenido hasta entonces con esa raza había sido el viejo esclavo designado para que le enseñase el idioma de los humanos. Aún podía recordar a Nam –pues ese era su nombre–, encadenado a unos grilletes en su celda, vestido con unos harapos y mirándole a través de unos anteojos rotos mientras hablaban iluminados por una solitaria vela. Podría decirse que era lo más parecido a un amigo que había tenido ya que, dada su condición de mestizo, ningún éldayar había querido mezclarse con él. En cambio el viejo erudito le había tratado con respeto y amistad. Recordaba cómo, en sus largas horas de conversación, Nam acostumbraba adirigirse a él como Pequeño Cuervo, lo más cercano a un nombre que le habían dado. Shylara no había permitido que le dieran uno por no considerarlo digno de ello, siempre se habían referido a él como «el bastardo» o «el mestizo». Sin embargo, también recordaba la amarga despedida cuando Regh'ort, su maestro en la cofradía de asesinos, consideró que ya había aprendido del anciano todo lo que necesitaba y le encargó matarlo. Recordaba el momento en que, de pie ante Nam con una daga en la mano, le había dicho que no quería hacerlo. El humano le había explicado que no podía negarse porque, de hacerlo, los matarían a ambos. El semielfo recordaba cómo había rehusado con lágrimas en los ojos y el terrible momento en que el anciano le había arrebatado el arma para matarse él mismo, dando la vida por salvarle. Al ordenarle matar a su único amigo habían despertado sin saberlo algo en el joven aprendiz que aún continuaba ardiendo. Sin embargo..., sin embargo, en esos momentos tenía un trabajo que cumplir. No podía entretenerse con recuerdos del pasado.

Había contado doce escoltas, tres de los cuales estaban de guardia mientras los otros nueve descansaban. Dos más, según lo que había escuchado, custodiaban a su objetivo. Si consideraba que estos últimos estarían montando guardia en la tienda de tela donde debía estar descansando la dama Aressa, era un trabajo extremadamente sencillo.

Empuñó dos de sus dagas y se dispuso a comenzar el trabajo.



–¿Habéis oído eso? –preguntó el joven poniéndose en tensión.

–¿Qué pasa ahora? –gruñó el Tuerto mientras aceptaba el frasco de licor que le tendía su otro compañero.

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⏰ Última actualización: Jan 10, 2021 ⏰

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