Capítulo 1.

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— ¿Has hablado con Richard? — me preguntó. Me giré a verla y sentí como mi frente se arrugaba ante la exasperación que ella ya me había provocado.

— ¿Me ves cara de haberle preguntado? — le dije. Ella puso los ojos en blanco, ante mi mala respuesta.

— ¿Estas con abstinencia, no? — me dijo y volvió a teclear en la computadora.

Teníamos que terminar un trabajo para Richard y apenas íbamos por la mitad. Creo que ya llevaba fumándome 5 cigarrillos. La nicotina que contienen logra calmarme.

Ámbar, ella es de esas amigas que ya no se encuentran fácilmente. Llevamos viviendo juntas aproximadamente 2 años. Nos conocimos en la Universidad y desde ahí hemos estado juntas en todo. Ahora hemos conseguido un empleo en una corporación en el centro de Madrid y no debemos desaprovecharlo.

— ¿Podrías mover tu lindo trasero y ayudarme, no? — me dijo.

La miré y tiré la colilla del cigarro al piso. Me puse de pie y me acerqué a ella. Miré hacia la pantalla blanca y brillante de la computadora.

— Los números del consumidor final están mal — dije apretando los dientes. Ella suspiró frustrada.

— ¿Puedes hacerlo tú? No doy más — me dijo y se levantó de la silla. Me senté y miré bien aquellos números. Comencé a hacer cuentas en mi cabeza.

¿Qué necesidad tengo yo de pasar por todo esto? Soy una mujer exitosa, que con sus pocos años tiene todo para ser grande en la vida. ¿Qué necesidad tengo de rebajarme a hacerle trabajitos idiotas a un gordo panzón que apenas puede verse la punta de los pies de lo gordo que es? Creo que estoy demasiado estresada. Hace aproximadamente veinticuatro semanas que no tengo sexo. Básico y muy necesario para la vida. Es capaz hasta de sacarme los dolores de cabezas más intensos. Y no lo tengo, estoy más sola que un perro.

— Terminé — le dije a mi amiga. Ella se incorporó del sillón y dejó a un lado el cigarrillo.

— Gracias a Dios Katerina– dijo y se acercó a mí.

Kate. Mi nombre completo es Katerina Bledel. Tengo 24 años. Soy una mujer independiente, sociable, algo testaruda, atrevida y sobretodo una mujer bastante sensual. No es que sea egocéntrica, pero todos los hombres con los que he estado me lo han dicho. Y el día de hoy se me cruzó por la cabeza hacer algo, para mi bien, algo para mí. Voy a venderle mi alma al diablo, a cambio de tener todo en la vida o no sé bien a cambio de qué.

— ¿Ámbar? — la llamé. Mi rubia amiga se giró a verme.

— ¿Qué pasa? — me dijo. Sonreí levemente.

— ¿Qué pasaría si un día decido venderle mi alma al diablo? — le pregunté.

Ámbar tomó una cruz que colgaba en su pecho. Debo decírselos, ella es muy creyente y esas clases de temas la alteran un poco. Tanto así que después termina rezando tres rosarios y como veinte padres nuestro.

— ¡Que tu boca se haga a un lado Katerina Bledel! — me dijo y tocó su pecho izquierdo. Eso significa, deshacer lo que has dicho.

— ¿Qué tiene de malo? — le pregunté divertida.

— Sabes lo que pienso sobre eso, prefiero tener a la parca frente a mí antes que al señor rojo — dijo. Reí por lo bajo. Me puse de pie y la miré bien.

— Pues — dije y levanté mis brazos hacia mis costados — Le vendo mi alma al diablo, por algo que no se bien aún — dije elevando un poco mi voz.

— ¡Cállate! — me dijo fuerte. Reí con ganas.

— Ay, Ámbar, por el amor de dios, ¿Qué podría pasar? ¿Se me aparecerá en un callejón o algo? — le pregunté divertida. Mi amiga negó con la cabeza

— Nunca subestimes a lo que no conoces Kate, nunca — me dijo y se fue hacía la cocina.

— Perseguida — dije en voz baja y termine de acomodar todo.

La noche se hizo larga. Vivir en el centro de Madrid no es lo más recomendado para las personas que sufren de ataques al corazón, ataques de asma o algún ataque de algo. Es muy ruidosa y por ende algo peligrosa. Vivimos en un lindo piso, pero ya se está volviendo algo pequeño. Me desperté al sentir el sonido del maldito tren que pasa todas las mañanas a la misma hora, a unos 5 metros de nuestra casa. Entré al baño y me di una refrescante ducha. Desperté a mi amiga y partimos hacia el trabajo. Estar entubada dentro de un vestido de oficina es lo más incómodo del mundo. Los zapatos los tolero, se me ven lindos.

— Tengo que ir por Jared, nos vemos en la oficina — me dijo y se despidió de mí con un beso.

Cruzó la calle y yo seguí de largo, antes de continuar me detuve en Starbucks a comprarme mi rico café negro de todas las mañanas. Los tacones de mis zapatos hacían un ruido muy molesto. La calle estaba bastante desolada para esa hora. Mi corazón comenzó a latir más rápido al sentir que alguien estaba siguiéndome. Me di vuelta, pero no había nadie. Seguí mi camino. Aceleré mis pasos, esto se estaba volviendo algo malo. Doblé por un callejón, creo que así cortaría camino. Mi respiración se agitó al sentir la presencia de alguien allí. Me di vuelta para mirar atrás de nuevo y no había nadie. Gire...

— ¡Ay por el amor de Dios! — dije espantada al chocarme con alguien de frente.

— ¿Por qué siempre lo nombran a él? — preguntó. Me alejé un poco y lo mire bien.

Completamente vestido de negro ese hombre era un dios en vivo y en directo. Sus ojos verdes eran, ¿cómo decirlo sin sonar idiota?... impresionantes. Su pelo castaño casi rubio y de buen porte.

— ¿Quién eres? — le pregunté después de unos segundos de observarlo.

— Hola preciosa, me dijeron por ahí que ayer me anduviste nombrando — me dijo. Fruncí el ceño. Sonrió de costado y ardí completamente ante eso. Demasiado calor hacía en ese callejón y más mirándolo.

— ¿Qué? — le pregunté. De una manera inexplicable para mí, él se colocó a un paso de mi cuerpo.

— Un gusto, soy el Diablo.

𝕯𝖊𝖛𝖎𝖑. [𝔯.𝔡.𝔤]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora