Capítulo 104: ¡Es mi hermana!

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«Mei se vio rodeada de escombros y fuego, la ciudad estaba en ruinas hasta donde alcanzaba la vista. A través de la nube de polvo y ceniza, alguien permanecía de pie, un hombre joven, de cabello azul oscuro, con ojos azules y una mirada férrea en el rostro. Aunque era un desconocido para ella, la princesa tenía un sentimiento muy difícil de explicar atorado en su garganta. Como si ya se conocieran de antes, como si fuera algo más que un simple extraño.

—¿Quién eres? —preguntó —. ¿Qué haces aquí?

El viento sopló fuerte, aquel joven mantenía su mirada fija a espaldas de Mei y un escalofrío recorrió el cuerpo de la princesa. Detrás de ella algo siniestro, algo cruel y malvado cruzaba miradas con el joven. Mei volteó con lentitud y una luz enceguecedora la obligó a cerrar sus ojos.»

Entonces Mei abrió lo ojos y cayó de su cama por el sobresalto, volteó a su alrededor con la respiración agitada y cerró los ojos al ver que se encontraba en su habitación y sólo se había tratado de un simple sueño. Alguien tocó a la puerta y ella recuperó la compostura, se vistió rápidamente y atendió. Uno de los sirvientes la esperaba muy ansioso.

—¿Qué ocurre? —preguntó Mei algo molesta.

—Y-ya es hora —tartamudeó el hombre —. Mi señora.

—¿Ya? Creí que faltaba una semana.

—Se adelantó, mi señora. La consorte real está apunto de dar a luz.

—Entiendo... —Mei cerró la puerta rápidamente, unos segundos después volvió a salir y levantó su dedo índice —. Un momento, en un momento estoy ahí.

Muchas décadas habían transcurrido ya desde aquel incidente en el palacio, la rebelión fue subyugada no mucho después y las cosas regresaron a la normalidad en poco tiempo. El rey volvió a escoger una mujer y después de varios años, la pareja real por fin tenía la oportunidad de tener un hijo. Mei estaba un tanto nerviosa, deseaba con toda su alma tener un hermano, alguien a quién dejar sus responsabilidades como heredero y futuro rey de Xing.

Tanto ella como el rey esperaban fuera de la habitación, los quejidos dentro sólo lograban poner los nervios del rey aún peor de lo que ya estaban. Luego el silencio se prolongó y poco después se escuchó un llanto dentro de la habitación. El rey no esperó a ser llamado y entró rápidamente sólo para salir poco después, con disgusto y algo de resignación en el rostro. Mei no dijo nada, observó a su padre alejarse y después entró a la habitación. La reina consorte, aún exhausta por el parto también parecía decepcionada, Mei no le dirigió la palabra y fue directo a dónde su hermano.

—Es una niña —dijo la partera risueña —. Está muy saludable.

—¿Puedo? —preguntó Mei estirando los brazos.

—¡Claro que sí! —respondió la bonachona mujer.

Mei recibió a la pequeña envuelta en una cálida manta y la sostuvo con cuidado. Descubrió su rostro y la vio durmiendo tranquilamente, la abrazó con más fuerza y la acercó a su rostro.

—¿Cuál es su nombre? —preguntó a la madre.

—No tiene... —respondió la mujer fríamente —. ¿Por qué no piensas uno?

—¿Puedo?

—Si, adelante —contestó la mujer con desinterés —. Toda tuya.

Para nadie era un secreto que el rey había escogido una nueva pareja sólo por meros intereses políticos y había poco o nada de amor hacia ella. De cualquier forma, aquella mujer sólo esperaba poder traer un príncipe al mundo, un heredero de Tei-Long y futuro rey de Xing, por lo que, con el nacimiento de una niña todas sus ambiciones desaparecían por completo y con ello su interés por la familia real.

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