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Harry intentó fervientemente no pensar en ello. De verdad lo intentó.

Sin embargo, parecía ser que todo lo que orbitaba a su alrededor le recordaba a Niall. Desde el silencio con el que despertaba en las mañanas, que le hacía añorar la manera en la que escuchaba a Niall tararear cuando se vestía o cuando cocinaba, hasta el aromatizante a jazmín que uno de los empleados de servicio se había encargado de reemplazar. Tal vez aquello había sido su culpa, fue él quien había mandado a instalar la esencia en su sistema de aire acondicionado, pero no podía evitarlo. Se ponía nervioso cuando el olor desaparecía, como si hubiera desarrollado una extraña dependencia con el olor floral de un omega. ¿Así era como se sentía estar enlazado?

Si así era, entonces no tendía como dos personas estarían dispuestas a someterse a tal tortura.

El escozor seco en el interior, la pérdida del apetito por la añoranza extremista, el constante vacío consumidor que no desaparecía, no importa cuánto intentara acostumbrarse a él. Era exhaustivo.

Intentar no pensar en Niall drenaba toda su energía. No quería salir de casa, no atendía las llamadas de su manager, canceló todas y cada una de sus entrevistas programadas, e incluso pospuso su regreso al estudio por un par de semanas más. No quería cantar, no quería escribir, no si no iban a permitirle escribir sobre lo que estaba sintiendo ahora. Pura y melancólica miseria. Era embarazoso e insoportable.

Alejaba a todo el que intentara acercarse, incluso a sus amigos.

Amigos. Harry comenzaba a cuestionarse si realmente lo eran.

Sabía que sus malas conductas y rabietas habían llegado a los oídos de la prensa durante las dos semanas que había estado encerrado en su propia agonía, lamentándose de su vida superflua. No quería ni siquiera encender la televisión ni revisar su teléfono, para no reparar en los daños, pero sabía que no debía ser nada bueno. Una estrella se desaparece sin dejar rastro por tantas semanas, sin informar siquiera a sus amigos o familiares, solo para regresar hecho un huraño. ¿Cómo había pasado de ser un alfa formidable y cotizado a convertirse en el monstruo que residía bajo sus sábanas?

Su teléfono no dejaba de sonar, el timbre resonaba dos o tres veces al día, pero Harry nunca respondía. Sabía que venían a reprenderlo.

Después de varios días, las llamadas cesaron. No le importó, sabía que no eran importantes, porque ninguna era de la persona que realmente esperaba. Él lo sabía.

Entones, ¿por qué aún albergaba un atisbo de estúpida esperanza?

Creyó que la había librado, hasta que un día, despertó por la mañana, o quizá por la tarde, no tenía ni idea, con Jodie parada al pie de su cama, con ambas manos sobre sus caderas, mirándolo demandante.

—Explícate, ahora.

Harry protestó, revolviéndose entre el edredón suave y manchado de esencia de vainilla, que había derramado sobre su cama solo para tener un olor dulce en el que despertar por las mañanas, lastimosamente no había hecho nada para reconfortarlo.

Abrió los ojos, no podía verla, pero sabía que estaba enojada.

—Sal de la cama, tendremos una charla, porque no ha pasado un día en donde tu agente no me grite por quedarme de brazos cruzados mientras tú haces tu rabieta de estrella.

Cuando hizo amago de retirar las mantas de su cara, supo instantáneamente que sería un día malo. Se sitió mareado, con el estómago vacío, y, aun así, sin apetito alguno, y al mismo tiempo, con unas ganas de vomitar terribles. Se sentía perdido.

Arrugó el rostro y apretó la cara, agradeciendo que su habitación estuviera lo suficientemente oscura para que Jodie no pudiera distinguir su extraña mueca de dolor. Sin embargo, no pudo hacer oídos sordos al sollozo lastimero que se escapó de su garganta sin permiso.

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⏰ Última actualización: Feb 03, 2021 ⏰

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