Annabella
Abro los ojos, fijando mi vista en la ventana de vidrios polarizados antibalas, cubiertos por una suave cortina de color celeste. Y, aunque no se divisa mucho del exterior, logro ver los pocos rayos de sol que se filtran por la ventana.
Parpadeo continuamente, tratando de ahuyentar el sueño de mis párpados pesados, trago con fuerza el nudo en mi garganta y carraspeo en un vago intento por aclararme.
Me siento sobre el colchón y tiro del grueso edredón que me cubre para poder sacarlo de mi cuerpo. Inspiro profundamente, llenado mis pulmones de aire, atrayéndole fortaleza a mi magullado corazón.
Intento enfocar las cosas a mi alrededor, pero es inútil, no veo nada. Bueno, si veo, pero borroso. La miopía y el astigmatismo es algo con lo que tengo que vivir día tras día. Tanteo en la mesita de noche y tomo mis lentes, y solo entonces, veo que sigo en el mismo lugar.
Estancada.
Encerrada.
Atrapada.
No hay nada más que defina mi estadía en este lugar. Y, de todos modos, no puedo luchar contra ello.
Negándome a seguir pensando en eso, y atormentarme con lo mismo, me pongo de pie. Me tambaleo ante la pesadez de mi cuerpo y doy un respingo al sentir el frío de las baldosas del suelo en las plantas de mis pies. Camino con lentitud hacia la puerta marrón frente a mi, ingreso al baño y me propongo a descargar el peso en vejiga.
Me quito la bata de seda que cubre mi cuerpo y camino a paso lento hacia la ducha. El agua sale fría y ahogo un siseo entre mis dientes, enciendo el calentador y suspiro cuando mis músculos comienzan a relajarse.
Trato con todas las fuerzas de mi corazón no llorar, es estúpido hacerlo cada día, y más cuando estoy en el baño. Muerdo mi labio inferior y suelto todo el aire por la nariz.
Me niego a mi misma llorar por una vez en mi vida, diciéndome internamente que las lágrimas no me ayudarán en nada y que las mismas solo me hacen más débil.
Tomo el pote del gel de baño y comienzo a esparcirla por todo mi cuerpo. El olor a galletas parece alegrarme la existencia, por unos efímeros segundos.
No importa, un poco de alegría no le cae mal a nadie, mucho menos a mí.
Luego de darme un largo baño, me envuelvo en una toalla y me acerco al lavamanos, vuelvo a ponerme mis anteojos y me observo meticulosamente.
Mi piel está más blanca y pálida, a excepción de mis mejillas, mis labios y la punta de mi nariz. Mi cabello rubio está completamente húmedo cayendo en mi espalda y mi flequillo en mi frente goteando pequeñas gotas de agua. Mis ojos se ven de un color aguamarina detrás del cristal de mis lentes y la carencia de brillo en ellos es imprescindible.
Vuelvo a suspirar, ya que en eso consistía mi vida.
Melancolía y dolor.
Sacudo la cabeza y me dispongo a cepillarme los dientes, secarme y buscar en el closet un vestido veraniego de color morado, corto y con mangas hasta los hombros. Una vez vestida, enciendo el secador de pelo e intenté arreglarme el nido de pájaros que tengo en la cabeza. Me hago una coleta alta y acomodo mi flequillo sobre mi frente, guardo todo en su respectivo lugar y salgo del baño completamente descalza, no me gusta tener los zapatos puestos en esta habitación. Es muy estúpido, teniendo en cuenta que no voy a salir, y también, por otro lado, la gran parte de la habitación está tapizado con una felpuda alfombra de color blanco.
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Sr. Y Sra. Whittemore (Saga D.W. 1)
RomanceCOMPLETA Brindemos por lo que tú y yo sabemos, y por lo que nadie se imagina. Fuimos ese secreto que estuvo oculto en nuestras sonrisas. Fuimos nada, pero cuando estábamos juntos y solos, lo fuimos todo. Fuimos eso que nos mantuvo con vida y nos qui...