Lo amargo del chocolate

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Asió el pomo de la puerta y se volvió por última vez. Yo estaba detrás, a dos metros apenas, y en esos momentos fui consciente de que no la vería más. Pensé en secarme las lágrimas con la manga, pero ese gesto solo conseguiría hacerlas más evidentes. Por eso me contuve. En mi interior albergaba rabia. Mucha.


«Cielo, ha sido un placer tenerte con nosotros, pero ahora debes marcharte», fue todo lo que mi madre le dijo.


La morena más guapa que había visto jamás giró la cabeza, se atusó la bufanda al cuello y salió al frío invierno que envolvía la ciudad...




Capítulo 1: Otro día cero


El orangután obedeció la orden programada la noche anterior y atizó con violencia los platillos. Embutido en su camisa de estilo hawaiano, exhibía su corpulencia y sus fornidos brazos peludos se aplicaban a su labor con ahínco esperando una señal para descansar. 'Plas-plas-plas'... el ruido ensordecedor logró su propósito. Levanté los párpados con gran esfuerzo y cuando regresé al mundo real conseguí descifrar que las agujas de su barriga marcaban las ocho y media.


¡Mierda!


Aplasté su sombrero de un mamporro y el simio volvió al letargo original; era hora de ir al instituto.


Por los agujeros de la persiana se colaban los primeros y enérgicos rayos de sol de una forma agradable. Había sido otra de tantas noches en las que conseguí conciliar el sueño muy tarde y por puro abatimiento. No es que me asaltaran pesadillas, ni nada por el estilo, es que desde que habíamos vuelto a ser dos en el piso la tranquilidad y el silencio me recordaban irremediablemente su ausencia. Había pasado la madrugada reflexionando sobre la nueva situación, a pesar de que era consciente de que no adelantaría nada por más vueltas que le diera.


Me puse en marcha. Si mi madre no me oía vestirme y salir a desayunar como de costumbre vendría a fastidiar en cualquier momento.


Agarré del armario el primer pantalón que encontré y una camisa limpia y, una vez en la cocina, me preparé algo rápido: unos cereales con leche y me los llevé al sofá. Al encender la tele se materializó el busto de un corresponsal de guerra joven con su micrófono al pecho. Al parecer, Siria seguía sufriendo las acciones despiadadas del Estado Islámico. Era, sin duda, una desagradable noticia, aunque he de reconocer que al mismo tiempo me reconfortó descubrir la existencia de otras personas con la obligación de levantarse mucho más temprano para estar al pie del cañón.


A lo mejor ni se acostaban y se tiraban la noche entera en la redacción, me consolé aún medio adormilado.


Solía despedirme justo antes de salir para el instituto, pero ese era un día cero y mi furia por sus últimos actos simplemente no me dejaba cumplir con la rutina. ¡No quería ni verla!


Me puse la mochila y cerré muy despacio desde el portal.


Lo que recuerdo de esa mañana es que las horas de clase se estiraron de una manera agotadora. Habitualmente me encontraba ansioso por volver a casa en cuanto sonaba la campana, aunque las prisas que me apretaban ese día eran diferentes. Cuando dejé atrás los pasillos sombríos y las aulas, el sol ya reinaba en el centro de un cielo celeste propio de la primavera. El buen tiempo siempre me cargaba de optimismo y ese mediodía el gran astro irradiaba energía a raudales; su calor anunciaba la estación en la que los seres vivos recuerdan su finalidad en el mundo y salen para cumplirla. Aceleré el paso para cruzar dos semáforos consecutivos en verde, confundido entre el gentío de la ciudad. Todos buscaban cobijo como locos, así que la recta final del trayecto fue más bien un entrenamiento para las olimpiadas, esquivando gente y apartándola a manotazo limpio para abrirme camino. Los espejos de los vehículos disparaban reflejos cegadores y las flores de los jardines atraían a todo tipo de insectos sedientos de néctar. Asistir a clase me había servido para distraerme, al menos por unas horas, y lo necesitaba porque la noche había vuelto a ser larga. Las preocupaciones no me abandonaron hasta bien entrada la madrugada y solo la luz gris del alba me hizo caer rendido.

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