Capítulo 1: El mito de Ninfae

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Año 1200 a.C.

La isla de Delos, uno de los lugares preferidos de la diosa Artemisa y su corte de ninfas era un territorio tranquilo y apacible donde podían descansar en paz sin la interrupción de ningún otro dios o mortal.

Un día, mientras la diosa descansaba bajo la sombra de un roble sus ninfas disfrutaban bailando en el prado al lado de un majestuoso lago cristalino, estas ninfas al igual que la diosa eran criaturas puras, nunca habían sentido la necesidad de mantener relaciones carnales con otra persona.

No muy lejos de allí dos ojos se fijaron en la diosa que dormida plácidamente, esos ojos pertenecían a un chico joven y de cabellos dorados, vestido con una túnica blanca y portando un arco dorado y unas flechas. Ese chico era Eros, el dios del amor carnal que hacía tiempo que perseguía a la diosa Artemisa, ya que era de las pocas que nunca se había sumido en los placeres que otorgaba el dios y eso lo ponía de los nervios. Él estaba empeñado en demostrar que sus dones eran capaces de hacer feliz a cualquier ser, tanto mágico como mortal.

Desde una distancia prudente alzó su arco y cogió una flecha dispuesto a dispararsela a la diosa. Ninfae, una de las ninfas, escucho como la cuerda del arco se tensaba y rápidamente se lanzó sobre la diosa para protegerla.
Eros disparó la flecha, pero en lugar de acertar en el corazón de la diosa se clavo en la espalda de Ninfae que había caído sobre la diosa para evitar que Artemisa cayese en las manos del dios.

En ese momento Artemisa despertó, encontrándose a su amiga en el suelo con una flecha en la espalda mientras poco a poco se ruborizaba.
La diosa se levantó poniendo su vista sobre Eros, una mirada de odio paralizó al dios. Artemisa arrancó de la espalda de Ninfae la flecha dorada y se encaminó al encuentro del dios.

La ninfa se levantó del suelo mientras una sensación de excitación recorría su cuerpo virgen, poco a poco notaba como su cordura se iba desvaneciendo y se veía inmersa en el placer del deseo.
Ninfae no podía dejar que la mancillasen, tenía claros cuáles eran sus deseos, así que antes de perder lo más preciado para ella decidió arrojarse al lago y morir sintiéndose pura.

Artemisa y Eros que se encontraban discutiendo escucharon como la ninfa se sumergía en las aguas cristalinas y rápidamente se lanzaron a su rescate, pero cuando llegaron a la orilla del lago una sombra les cortó el paso. Era un chico joven y pálido, con el cabello castaño y ojos marrones. Vestía una túnica negra y portaba una guadaña en su mano derecha.

Ese chico era Tánatos el dios de la muerte, que quería impedir que salvasen a la ninfa. Eros y Tánatos se enfrentaron en una batalla corta pero intensa, uno lanzaba flechas mientras que el otro solamente se protegía con su guadaña.
Mientras los dioses peleaban Artemisa se adentró en el lago hasta llegar al cuerpo ya sin vida de Ninfae. La ninfa murió con una sonrisa en el rostro ya que había conseguido salvar su pureza.
La diosa empezó a llorar lo que hizo que la batalla que se estaba llevando a cabo en la orilla se detuviese.
Al ver Tánatos que su trabajo ya estaba hecho extendió sus alas negras y salió volando de la isla, mientras que Eros permaneció inmóvil viendo como Artemisa transformaba el cuerpo sin vida de la ninfa en un nenúfar, una hermosa flor que flotaba sobre las aguas cristalinas del lago.

Artemisa dirigió una última mirada hacia el dios del amor carnal y desapareció entre la maleza del bosque.
Eros al verse solo se acercó al lago, miró la flor mientras una lágrima que bajaba por su mejilla acabó cayendo en el lago y acto seguido abrió sus alas blancas y voló lejos de la isla.

Eros y Tánatos. Dos pulsiones enfrentadas. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora