We'll see

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El sueño de una nueva vida en Nueva York juntos se había ido por el drenaje aquella mañana gris en la que llegó al silencioso departamento que compartían en la ciudad junto a un par de amigos incondicionales que la esperaban abajo con un camión de mudanza, tenía que llevarse todo y dejar lo demás en manos de Alex, quien se había largado de gira hace un par de días con la banda por el Suck it and see y no volvería a arreglar sus asuntos hasta después de unos meses.

Quizás era lo mejor, así no tenían que verse.

El apartamento olía a ambos, a un sueño partido en dos en donde sus caminos se separarían para siempre a partir de ese momento. Por suerte estaba sola y sus amigos habían comprendido que quería tener un tiempo por su cuenta allí arriba, ordenando, empacando, deprimiéndose progresivamente mientras recordaba a través de rápidos flashes cómo una relación de ese tamaño nacía, crecía y moría, como todas las cosas.       

Había creído por un tiempo muy largo que lo que ambos tenían era la excepción a toda regla, que tal y como una canción de Oasis a través de los parlantes de la radio en un día caluroso mientras jugaban scrabble en la terraza, ellos vivirían por siempre.

Pero no había sido así, y la vida continuaba, con el corazón roto o no.

Ya no sabía ni cómo todo había explotado para acabar en un final tan espectacularmente triste pero sí estaba segura de algo: No había vuelta atrás.

Había pasado como una tormenta por la cocina, empacando su tazón preferido, un par de nachos para el camino y los adornos que había comprado en sus viajes por el mundo; había terminado con los productos y cosas del baño con rapidez, había retirado las botellas de licores exóticos que le pertenecían del minibar y había quitado algunos de los cuadros que había comprado por su cuenta de la pared. La última parada fue la habitación, la habitación ideal, con esa cama grande y hermosa, con el colchón más suave y blando del mundo, con aquellas almohadas acogedoras, esas que siempre le gritaban apenas las tocaba luego de largos y cansadores viajes: "Alexa, estás en casa, estás con él".

Ahí, justo en ese punto de la casa, se concentraba mucho de su felicidad, era imposible no estremecerse, pero intentó enfocarse en el armario, en toda la ropa que tenía que empacar con cuidado en maletas y más maletas. El hueco de su ausencia se notó bastante cuando solo quedaron un par de sweaters, jeans y remeras que le pertenecían a él; fue ahí cuando su mirada se detuvo en aquel sweater azul marino, el que siempre tomaba del armario cuando tenía frío, cuando quería salir a comprar algo rápido a la tienda o cuando lo extrañaba. Lo tomó entre sus manos, aún olía un poco a esa colonia suave y a un leve toque del tabaco que consumía. Inspiró y cerró los ojos, ya no había vuelta atrás pero Alex no notaría la ausencia de ese sweater, tenía muchos, tenía tanta ropa como ella, solo que solía llevarla casi toda a las giras o dejar gran parte en su antiguo apartamento, en Londres.

Lanzó la prenda a una de las maletas abiertas, decidida a robarla, y la cerró, era hora de llamar a sus amigos para que subieran y la ayudaran con las cajas, a partir de ese momento comenzaba la cuenta regresiva. Sacó el teléfono del bolsillo de sus jeans y le dio al número.

Últimos momentos a solas con el apartamento que se suponía que tenía que albergar toda una nueva historia entre ambos, que sería su hogar, su proyecto más grande.

Y aún recordaba con una amarga claridad cuales fueron las últimas palabras que Alex le había dicho antes de que todo se desmoronara:

Sé que me voy a arrepentir de esto toda mi vida.

Luego, el final.

La tentación del fuego esta vez no sería seguida por el ruido.

Just some loverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora