"Fuerza de voluntad"
Massimo
—Aquí está tu cena, D'Amico. —Escucho como el oficial deja la bandeja con la comida asquerosa sobre la mesa. Su arma, seguramente cargada, hace ruido cada que se mueve, recordándome que con un paso que dé, estoy muerto. Ni siquiera me molesto en mirarlo —. Más te vale que te comas esta porción. No me hagas decirle al director que te quiten la cena.
Por mí puedes metértela por el culo. Puedo decírselo, pero prefiero ahorrarme el ser llevado a la celda de castigo y dejar que me vean dormir en el suelo como si fuera un desgraciado y se sientan con el derecho de pensar que son mejor que yo.
Cuando la puerta vuelve a cerrarse y quedarse asegurada con el código, me levanto de la pequeña e incómoda cama y me dirijo a la mesa donde está mi "cena". La consistencia grumosa de lo que sea que me han traído no me llama para nada la atención y mucho menos me provoca querer comerla, pero me obligo a introducirla a mi estómago porque sé que solo por joder, pueden quitarme la comida. Y lo último que quiero es morir en una inmunda prisión.
Mientras ingiero mi comida, no puedo evitar el quererme arrancar los oídos por el estado de silencio total en el que se encuentra mi celda. Estoy en una de las más aisladas de la prisión. Lo suficientemente lejos de cualquier reo que pueda ayudarme a escapar o de alguna puerta que haya sido dejada sin cuidado. Sin contar el hecho de que ya es tarde, y al solo haber una pequeña rendija en lo más alto de la pared, donde ni siquiera mi brazo cabe por completo, el frío aumenta y no es uno que pueda calmar con la frazada desgastada que me han dado.
Siempre he odiado las noches. De niño solía tener muchas pesadillas; soñaba que grandes figuras oscuras, como unas sombras, me poseían y provocaban que hiciera cosas horribles. Como gritarles a mis padres o no querer estar cerca de Cai, quien era entonces una bebé. Gracias a ellas terminaba llorando y llamando a mi madre para que durmiera conmigo porque no quería que siguieran atormentándome. Aún puedo recordar una ocasión en especial donde soñé que me quedaba solo en casa. No estaban mis padres ni Cai. Tampoco Rosalía o alguien más del servicio. Estaba completamente solo.
Lloré. Me tiré de rodillas al suelo y me hice pequeño mientras le gritaba a la nada que me trajera a mi familia de nuevo. Entonces, las figuras aparecieron y me llenaron la cabeza con que había sido mi culpa que todos se hubieran ido. Porque ellos no querían estar cerca de mí. Que yo les hacía daño.
Desperté por mis propios gritos y al abrir los ojos y darme cuenta de que mi madre estaba a mi lado, la abracé con toda la fuerza que pude y le pedí que no me soltara.
Cuando crecí, esos sueños malos ya no trataban de monstruos imaginarios, ahora eran verdaderos. Y yo los había creado.
Después de mi primer asesinato. Estoy seguro que apenas y podía mantener los ojos cerrados por menos de una hora, antes de que las imágenes sangrientas se proyectaran en mi mente y el retrato del hombre al que maté se adhiere a ella con tanta fuerza que dolía. En el día podía concentrarme en cualquier cosa; en la escuela o con mi familia. Cuidando a Cai o conversando con Rosalía. Pero cuando la noche caía, todo volvía con más fuerza. La desesperación me atacaba, el dolor en mi pecho se hacía presente, como si alguien me estuviera pegando en el corazón. Todo se volvía oscuro, al igual que mis pensamientos.
Creía que no tenía escapatoria. Que por más que lo intentara, siempre volvería a ese punto de locura que se apoderaba de todos mis sentidos. Por lo menos hasta que fui capaz de apagarlos.
Y esa misma desesperación, que no sentía desde hace mucho, me golpeó con brutalidad desde el momento en el que dejé a Fiorella en aquella camioneta en París.
ESTÁS LEYENDO
Massimo (Familia Peligrosa I) ©
RomanceFiorella Brown está sumergida en el infierno. Después de un trágico accidente, se ve obligada a estar bajo las órdenes de su padre y de su hermana, quienes se aprovechan de ella, convenciéndola de que es la causante de todos sus males. Sin nada de e...