Carta V

1.8K 272 164
                                    

Querido nadie:

Cuando era pequeña les pregunté a mis padres de dónde venían los niños y ellos me respondieron que los traía la cigüeña. Yo lo acepté sin muchos peros y con muchas preguntas. En primaria descubrí que me habían estado mintiendo.

A ti no te voy a engañar, eres producto mío y de Gerard. Un pene eyacula en una vagina. Simple.

Gerard es tu padre y lo conocí en la academia de música. Es el hijo de Josep, mi profesor y director de la academia Arpegio donde llevaba años estudiando piano.

Nos conocíamos de vista, nos saludabamos cuando entraba por la puerta, nos despedíamos cuando me marchaba. No cruzábamos más palabras que un "Hola" y un "Adiós". Algún día, si su padre no estaba, llegábamos a un "¿Qué tal?" "Yo bien, ¿y tú?" "Genial, mi padre llegará enseguida". Eran intercambios muy torpes.

Yo ya debía de interesarle lo suficiente, porque un día, tocando el piano mientras esperaba a su padre, lo sorprendí en la puerta. "Tocas muy bien" me dijo. Yo le dediqué un escueto "gracias". "¿Me enseñarías a tocar?" me preguntó, y yo me eché a reír. "¡Pero si tu padre es profesor!" exclamé. "Ya, pero él no tiene paciencia conmigo".

Podía ser ingenua pero sabía que aquello era un juego. Lo dejé sentarse a mi lado y le enseñé cosas muy básicas mientras sentía su brazo pegado al mío y su voz muy cerca del oído. Nuestras manos no pararon de rozarse. Estuve más torpe de lo normal. "¿Te pongo nerviosa?" me preguntó, burlón.

"Sí, eres muy mal alumno" le respondí, en un intento de aparentar indiferencia.

Al final me dio las gracias y me dijo que a cambio de mis lecciones él quería enseñarme algo. Me preguntó si sabía jugar a los bolos y si me apetecía quedar con él para echar unas partidas. Era la primera vez que un chico me invitaba a salir, que escuchaba el latido de mi corazón en mis oídos.

Durante toda la semana estuve esperando el momento, imaginando miles de escenas en mi cabeza, con una adrenalina que no había sentido en mucho tiempo. Sé que parece una tontería pero sentí que toda mi vida había estado encerrada en una noria que no giraba y que, de repente, se había vuelto a poner en marcha, llevándome hasta lo más alto.

Una de las primeras mentiras que le eché a mi madre fue que había quedado con María esa tarde. Gerard me recogió y me llevó a un centro comercial. Allí había un salón de recreativos donde estaba la bolera. Tenía mesas de air hockey, futbolines y máquinas recreativas con juegos como Space Invaders o Street Fighter.

La pista era enorme y ya había gente jugando. Por un momento me dio miedo que alguien me reconociese. Y que ese alguien terminara contándoselo a mi familia.

Gerard debió notar mis nervios porque intentó hacerme reír, y con el sonido de su risa y el cosquilleo de estómago, la ansiedad me fue abandonando.

Gerard era paciente, me enseñaba cómo tenía que coger la bola, cómo lanzarla, la postura. Yo me mostré más torpe de lo que realmente era porque quería que tocara mis manos, que me rodeara con su cuerpo, que me sujetara la cintura, y entonces aspiraba su perfume, el mismo que el de Josep. No solo sentía el suelo vibrar, sino también mi cuerpo. Al final de la partida estuve a punto de hacer un strike.

Sus ojos azules brillaban más que nunca bajo las luces de neón y cuando sonreía, su boca se torcía igual que la de su padre, y me invadía un sentimiento de culpabilidad hacia Gerard, porque pensaba que esto era lo más cerca que nunca estaría de Josep, al menos de ese modo romántico. Pero no quiero que se me malinterprete, quiero a Gerard. Josep es el ídolo inalcanzable, el amor platónico. Gerard es la persona de a pie más parecida a él, el amor de verdad.

Al otro lado del silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora