En una plaza escondida el canto de una ella inundaba el lugar, mostraba la grande pena que cargaba en sus notas desgarradas; en sus ojos estaba reflejada la libertad mientras el rojo de su piel se mezclaba con el alba del porvenir.
Mientras su pelo bailaba con la brisa de la mañana el toro era despertado por la usencia de su torera. El rojo inundaba la visión de nuevo, mientras la sed y la ira palpitaban en su cuerpo.
Recordando cada uno de sus arrebatos, el baile cotidiano que culminaba con el roce de su puño con sus brazos, la actuación perfecta de un actor de cine y la agonía seguida del terremoto, ella se liberaba del carcelero de ojos lindos y palabras con transfondo que le ofreció su corazón sin antes mostrarle la negrura de su alma.
Ella ya podía reír sin recibir un reclamo, llorar sin sentirse ultrajada, sentir sin verse acorralada, y amar sin ser golpeada.
El toro corría por la plaza en busca de su trofeo, sin saber que eso que era su objeto de mayor devoción corría en dirección al cambio, cambiando al desgraciado amor de su vida por otra vida, dejando de lado su pronombre de “objeto de colección” por un “ser humano inigualable”.
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Ella
Short StoryA donde el aire cante yo le seguiré. A donde el cielo llore yo correré. A donde la música vibre yo bailaré. Porque ya no tengo miedo, ya puedo volar sin preocuparme de que me peguen un tiro privándome de nuevos horizontes. Porque ya no soy simplemen...