CAPÍTULO XVI
TACTO
Quellón, Chiloé, Chile 2018
—¿Me estás diciendo que estoy poseída por una tátara -no sé qué- tía?
¿Qué carajos quiere decirme con que una Erika vive en mí?
—No lo entiendo, pero no lo definiría como posesión —Ángel se paró de mi lado y se acuclilló frente a mí —Hay muchas cosas que escapan de mi conocimiento en este momento, pero créeme cuando te digo que pude sentir, vivazmente, su presencia y tu conexión con ella en nuestro pequeño enfrentamiento el día de hoy.
Trataba de procesar las cosas que me decía, lo poco que me ha contado de mi historia y la supuesta Erika. No quiero perder la paciencia ni ponerme ansiosa por información que de seguro no voy a ser capaz de retener ni de entender.
—Cuéntame más de Erika —le pedí mirándolo a los ojos que de a poco iban volviendo a su color caoba —. Me comentabas que era una mujer que sabía mucho.
Pude notar cómo un destello volvía a sus ojos tristes y una sonrisa empobrecida se asomaba por sus comisuras.
—Era tan solo una adolecente de 16 años, pronta a cumplir 17, cuando todos los problemas comenzaron. Era tan inteligente como hermosa y terca, llevaba su propia forma de vida... Erika nació en la época incorrecta, hubiera sido feliz si las personas fueran más abiertas como hoy ¡De hecho! Me atrevería a decir que fue una de las feministas chilenas que hubieran hecho historia.
Notaba cómo su sonrisa crecía más, pero era una sonrisa melancólica, una que nace a base de recuerdos hermosos con un final triste.
—Ella sufrió las consecuencias que ejerce una sociedad de mente cerrada sobre un alma libre y joven —continuó —la llevaron a cuestionarse su propio valor y sus principios. Ella era una mujercita que sacaba las garras para defender a su familia y a sus seres queridos, rara vez se quedaba callada y lo que decía dejaba a todos sin habla... pero el cristianismo la condenó por eso mismo, por no cumplir con el perfil de jovencita virtuosa a la que los inmigrantes europeos estaban acostumbrados.
—Hablas de ella como si no hubieras dicho hace cinco minutos que era una completa amenaza —me atreví a recalcar.
Me sentía un poco venida a menos al saber que comparto sangre con una mujer así mientras que yo viví una adolescencia basada en salidas con amigos y encierros en mi habitación leyendo libros.
—Ella nunca fue la amenaza, lo eran sus conocimientos. Con ese aislamiento voluntario, Erika comenzó a tomar clases en casa con una institutriz y a llevar asesorías de herbología con machi Aliwe. Erika era una esponja ante todo lo que se le enseñaba y era curiosa, demasiado para ser honesto, esa curiosidad la llevo a investigar y experimentar por su propia cuenta. Uno de esos experimentos en medio del bosque comprometió a uno de los guardianes y despertó pavor entre los espíritus.
—¿Mató a un guardián? —pregunté casi con la esperanza tóxica de que Ángel me respondiera con un "Sí", pero él negó con la cabeza.
—La manera en que fluyen y se conectan las energías del bosque y sus simbologías es algo que no te puedo revelar, me condenarían si lo hiciera, pero si lo imaginas todo como un gran telar, lo que hizo Erika fue jalar de uno de los hilos y reacomodarlo en otro lugar, cambiando la forma del diseño y todo tuvo que volver a ajustarse para poder volver al equilibrio.
Entendí la analogía, pero aún no estaba satisfecha de información. Mi mente empieza a crear historias de manera simultánea con más de cinco probabilidades de lo que ocurre en el bosque y en cómo afectaron a la pobre Erika.
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VIENTOS DEL SUR ©
Fantasy«Y si eso me hace la mala de la novela... pues les demostraré qué tan mala puedo llegar a ser.» (Historia basada en mitología Mapuche, Chile)