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Los sollozos e hipidos de un pequeño albino de ocho años se escuchaban desde la terraza de la mansión Vangeance.

Otra vez la esposa de su padre lo había maltratado por tener esa fea marca púrpura con destellos oscuros en su rostro.

Pero que podía hacer él. Nunca quiso nacer así, tampoco pidió ser hijo bastardo de un noble, pero la vida parecía tenerle rencor.

- Hey, chico, no llores.- se escuchó la petición de una niña de apenas siete años haciendo que el chico levantara su rostro curioso y empapado por lágrimas.- Tienes los ojos muy lindos como para desperdiciarlos llorando por personas como esa fea mujer de allá dentro.- arrugó la nariz e hizo un gesto con las manos demostrando que no valía la pena.

- ¿Quién eres tú?.- sollozó el albino avergonzado porque una niña tan bonita le diera halagos mientras se cubría un poco el rostro en el fallido intento de ocultar su marca.

La chica se acercó embelesada por la actitud tierna y tímida del muchacho mayor que ella.

- Me llamo Christine y no ocultes tu rostro...- cogió delicadamente su mentón e hizo que la mirara a los ojos.-...tu marca no es una maldición, incluso me atrevería a decir que te queda bien junto a tus brillantes ojos púrpuras.- aseguró la pequeña con una gran fluidez que se consideraba normal en una niña de la realeza.

Casi al mismo tiempo, el niño se sonrojaba de sobremanera y agachaba su cabeza para evitar ver los bellos azulados ojos de la fémina.

Christine al ver que el niño no hablaría más, se dedicó ella a hacerlo.

- Las fiestas de la realeza siempre me han parecido aburridas...- admitió la niña encogiéndose de hombros mientras arrugaba la nariz en señal de desagrado.-...pero mi madre siempre me obliga a venir con mi molesto hermano mayor.- volvió a encoger la nariz de solo acordarse del antipático que tenía como hermano.- Pero por primera vez estoy agradecida por ello, porque gracias a eso, pude conocerte, William-kun.

El niño abrió los ojos sorprendidos y la miró extrañado.

- ¿Cómo sabes...- la chica lo interrumpió.

- ¿Tu nombre?.- cuestionó divertida mientras soltaba una risita.- Sería extraño no conocer tu nombre y asistir a una fiesta en honor a ti ¿No lo crees, William-kun?.

- Sería extraño no conocer tu nombre y asistir a una fiesta en honor a ti ¿No lo crees, William-kun?

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Los meses pasaban y la cercanía de ambos niños aumentaba con su paso.

El veinticuatro de diciembre era el cumpleaños del albino y la fecha de ese entonces. Una alegre Christine se encontraba dando pequeños saltos mientras caminaba por los lugares de venta de la capital, pensando en qué podría regalarle a ese niño que en tan poco tiempo había ganado su cariño y afecto.

Se adentró en una tienda que se veía acogedora, allí mostraban, collares, pulseras, anillos, todo en bellos accesorios.

Después de minutos observando y decidiendo que le gustaría más al niño, vio en la sección de collares, un hermoso colgante de plata con el dije de un árbol en él, sin pensarlo mucho lo compró y muy feliz salió hacia la mansión de su querido amigo.

Al llegar, esperó pacientemente porque el mayordomo de los Vangeance la recibiera.

- Buenas tardes, señorita Kira.- saludó con una reverencia.- Pase por favor, el joven amo se encuentra en su habitación.

Acató su pedido y se adentró en la residencia de su amigo, ya sola se encontraba subiendo por las escaleras hasta la habitación del albino. Sin tocar la puerta, entró, encontrando al chico en una esquina agachado con su rostro oculto en sus rodillas.

La niña rápidamente se acercó preocupada.

- ¿Que ha sucedido? ¿Por qué estás llorando, Will?.- cuestionó Christine acariciando los cortos cabellos del albino mientras éste soltaba sollozos poco controlados.

- Y-yo no lo sé.- negó con la cabeza todavía ocultando su rostro con sus manos.- Fue tan rápido, los asesinaron, todavía escucho sus gritos pidiendo ayuda ¡Christine! Los mataron a todos sin piedad.- por sus mejillas descendían lágrimas incontrolables.- ¿Qué criatura miserable y cruel podría realizar semejante acción?.- cuestionó mientras retiraba sus manos de su rostro y apretaba estas en un puño con ira.

La niña no entendía nada de lo que hablaba el albino, sin embargo le restó importancia y lo acercó hasta ella, abrazándolo fuertemente.

- No lo sé, Will. Pero por favor, nunca te olvides de que siempre estaré aquí para ti. Siempre te apoyaré y te abrazaré todos los días porque no estás solo ¿Me escuchas? Yo estoy aquí contigo.- susurró la niña de rizos mientras recostaba en su regazo al niño que aún seguía soltando pequeñas lágrimas pero lentamente caía en los brazos de Morfeo.- Nunca te abandonaré, Will.- fue lo último que escuchó antes de volver a soñar con cabellos blancos y ojos dorados pero ahora con el sentimiento de soledad completamente ausente.

Opuestos por Naturaleza || Yami SukehiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora