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Título: Sin drogas ni alcohol
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La isla apestaba, mi situación económica apestaba, mi familia apestaba, mi trabajo apestaba, toda mi maldita vida apestaba por completo.
Para ser una sureña ganaba "demasiado" para comprar cigarrillos o cerveza, aunque en realidad había ahorrado desde muy pequeña. La vida en el sur de la isla era completamente diferente a la del norte. Ambos lados eran las dos caras de una moneda, pobres y ricos.
Aunque la verdad estaba cansada de todos, tanto de "The Kooks" como de "The Pogues", los primeros eran niños mimados de papi y los segundos eran jóvenes que no les importaba nada, como odiaba a ambos bandos.
Así que, buscando huir de todo, cada vez que podía me escapaba a uno de los bosques del centro de la isla y fumaba todos los cigarrillos que me permitía mi sistema respiratorio, a veces paseaba por los alrededores o simplemente me sentaba en un tronco, daba igual que hacía, siempre fumaba a la par de ello.
Justo ahora me encontraba en uno de esos momentos, fumando yo sola, sentada en un tronco de árbol caído.
El sonido de unas pisadas llamaron mi atención, al instante llevé mi mano a mi bolsillo izquierdo, donde tenía mi pequeña cuchilla automática, la cual ya me había sacado de apuros antes.
De entre los árboles salió nada más y nada que Rafe Cameron, uno de los tantos niños ricos del lado norte de la isla, yo solo rodé los ojos y le di una calada a mi cigarrillo. Él venía molesto, con los nudillos morados y al verme solo resopló.
— Genial, buscaba tranquilidad y me encuentro con una maldita pobre sureña.
— Mira, niño rico, apesta ya ser del sur como para soportar tus berrinches en mi lugar de paz —lo miré de mala manera—, así que, o te sientas en este maldito tronco y fumas calladito o buscas otro en todo el puto bosque. Gracias.
Sin esperar alguna respuesta, volví a darle una calada a mi cigarrillo, viendo como este se iba acabando.
— Hm, no pareces tan del sur, nunca había visto tu rostro, ¿quién rayos se supone que eres?
— Yo soy nadie —reí sarcástica—, ¿y por qué la cara larga, Rafe? ¿Acaso papi dejó de darte billetitos para tus droguitas?
— ¿Cómo sabes mi maldito nombre?
— Ah, creo que toda la maldita isla lo sabe, hay muchas chicas que viven cerca a mí y se mueren por comerse lo que traes entre las piernas —esta vez, mi cigarrillo se había acabado, así que solo lo lancé al suelo y encendí otro—. De todas formas, no me interesa juntarme con nadie.