De los clichés: El Caballero en su corcel

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"Oye, papá". Dije colocando un plato con lentejas frente a él.

"Mm. . ." Gimoteó pasando su vista del plato hacia mí.

Sabía que no tendría valor de decir lo que me proponía si él me miraba de esa forma, así que volví la espalda para ir a servir otro plato.

"¿Sabes?" Comencé. "¿Por qué no trabajo en la librería de la señora Albores? Hace unos días volvió a decirme que. . ."

"No, Roseanne".

"Pero papá, así podré ayudarte con los gastos de la casa y de mis hermanos. No tienes porqué hacerte cargo solo".

"He dicho que no Rose. No quiero que tengas que trabajar para ayudarme". Replicó. "Es mi culpa que estemos en esta situación: yo fui quien pidió dinero a rédito, así que yo seré quien lo pague".

Guardé silencio y terminé de servir comida en el plato.

Me senté junto a él en la mesa, y después de dar gracias, comí sin mencionar más palabra.

"Rose, gracias por preocuparte por mí. Sé que luzco viejo y cansado, pero voy a luchar con lo que me queda para que tú y tus hermanos estén bien". Dijo papá y tomó mi mano. "No quiero que te veas obligada a arreglar los problemas de tu padre".

Asentí bajando la mirada.

"La señora Albores dijo que solo necesitaba ayuda del medio día hasta las seis de la tarde. A esa hora no ha oscurecido, y me pagará una moneda de plata a la semana". Terminé de decir mirándolo a los ojos.

Papá guardó silencio. Fruncía el ceño, aunque no se veía enojado. Estaba pensativo.

"Vas a prometerme algo". Habló finalmente, con un rostro serio.

Asentí sintiéndome entusiasmada, sabía que me estaba dando permiso de trabajar.

"Si vas a trabajar, vas a tener un maestro. Y vas a pagarlo con tu sueldo".

"Pero. . ." Dije sorprendida. "Yo quiero ayudar. . ."

Papá sonrió con una sonrisa muy dulce, como las que le ofrecía a nuestra difunta madre.

"No tienes idea de cuánto ayudarás siendo una señorita con estudios. Serás capaz de hacer muchas otras cosas, serás mi orgullo, elevarás la cabeza de tus hermanos. . . Hazlo por ti, Rose". 

Mis ojos comenzaron a humedecerse. Las lágrimas estaban a punto de salir.

"Lo prometo". Exclamé abrazando a mi papá.

Cuando terminó de comer se levantó de la mesa. Lavó sus manos y su barba, me dio un beso en la frente y se fue con su casco y pico en manos.

Con todo esfuerzo me contuve de llorar de alegría, y me vestí para salir a la librería.

Mis dos hermanos seguían dormidos, los tuve que despertar para llevarlos conmigo.

Los pobrecitos estaban tan soñolientos, que a penas y podían atender a mis órdenes de que se lavaran y vistieran.

Cuando estuvieron aseados ayudé al más pequeño, Ethan, a colocarse las botas. 

"Anthony, si ya estas listo coloca dos cucharas en la mesa". 

"Mhm" afirmó mi hermanito.

"Listo Ethan, ve a sentarte en la mesa, hoy desayunamos lentejas". Dije ajustando la ropa del pequeño por última vez.

Serví dos platos con lentejas una vez más. Comieron contentos como siempre. Cuando terminaron les ordené limpiarse y por fin salimos de casa.

Caminamos tomados de las manos cerca de cinco calles, hasta la librería. Entre empujones y jalones llegamos a salvo, y con suerte la señora Albores ya estaba abriendo las puertas.

De mecha cortaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora