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— ¿A tu padre no le molestará? —Preguntó mientras atravesaban la única avenida importante de la ciudad utilizando la bicicleta de la misma forma que lo hacían en antaño—. Cada vez que me ve parece que me desea la muerte.

Agustín no dudaba de eso, pues su padre seguía desprendiendo sentimientos execrables hacia los hijos de Osías.

— A mi padre le molesta todo —aseguró al seguir pedaleando entre los vehículos.

En ese instante todo le parecía nimio.

Agustín Hessler se había reencontrado con su brújula y el resto del mundo no podía opinar. Ni siquiera su padre.

— ¿Se lo puedo decir a Sabira? —Cuestionó Eloya cuando se detuvieron en el parque—. Ella a veces me presta atención, quizá se enoje, pero...

— Díselo a quien quieras —la interrumpió Agustín Hessler antes de darle un beso en la frente—. Incluso a tu padre.

Eloísa Marzak le sonrió antes de ponerse de puntillas y darle un beso en los labios.

No fue el mejor beso ni de cerca, pero sí el más sincero.

Todos estos años, Agustín Hessler había guardado sus verdaderos sentimientos y ahora estaba en la calle principal de su ciudad liberándolos completamente. El mensaje podía llegar a su padre y no le importaba.

¿Debía agradecerle a Hassan? ¿Tenía que preocuparse de la reacción de su padre?

Agustín Hessler sólo tomó interés en averiguar aquello que atormentaba a Eloísa Marzak, desde el baile hasta los problemas familiares que nunca cesaban.

— ¿Hice algo que te molestó? —Cuestionó Eloísa cuando regresaban a casa—. Después de la muerte de tu madre, ¿hice algo que te molestó?

Agustín esperaba esa pregunta, pero no creía tener la respuesta adecuada.

Sin embargo, tras semanas de acompañamiento mutuo, Agustín sintió que nunca debía contarle la mentira sobre la cual basó su alejamiento. De alguna manera, su padre no se había enterado de que había retomado el vínculo pausado con Eloísa Marzak, así que no lo incluiría ahora.

— Siempre has sido fastidiosa —le aseguró la quinta ocasión que le hizo esa pregunta—. No te pareces a tu familia, ni en lo físico ni en lo emocional —dijo al quitarle los lentes para mirarla de manera más íntima.

— ¿Quieres tener sexo conmigo? —Agustín se confundió y Eloísa le sonrió—. Sabira dice que cuando un hombre quiere usar a una mujer le dice cosas bonitas y la trata bien. Antes me decías cosas hirientes y ahora estás aquí siendo lindo como cuando éramos niños.

Era otoño, igual que cuando se conocieron solo que los rosales de su madre ya se habían marchitado, y las hojas de los árboles caían sobre ellos en medio de aquel bosque. Nadie se adentraría hasta el lugar donde ellos estaban.

— Tengo condones —musitó sin mirarla, pues no quería agraviarla.

— Deberíamos aprovechar que nadie viene a este bosque —mencionó Eloísa al comenzar a desatarse las agujetas de las botas.

Agustín fue tardío, se quedó viendo los calcetines de lunares grisáceos que Eloya usaba. Solo cuando intentaba alcanzar la cremallera de su vestido, reaccionó.

Agustín Hessler le sostuvo la mano, la acarició, la desnudó y pasó por alto los moretones que Eloya poseía, se concentró en hacer todo lo que había aprendido previamente y cada ocasión que Eloísa le encajaba las uñas en los hombros él lo tomaba como una buena señal.

El canto de las aves, los rayos del sol que descendían y las hojas naranjas que caían a su alrededor fueron el escenario para su encuentro amoroso y permaneció en la mente de Agustín incluso cuando todo terminó.

— Tienes hierba en el cabello —se burló cuando Eloísa estaba poniéndose su ropa nuevamente.

— Es tu culpa —le reclamó con diversión—. Tus rodillas están llenas de tierra —atacó y Agustín únicamente le proporcionó un beso mucho más tierno que lo que habían hecho minutos antes.

Sólo cuando estuvieron de regreso en el hogar de los Hessler, Agustín se animó a cuestionarle sobre las manchas moradas que poseía.

— No son por baile —señaló para que la muchacha no usara ese pretexto—. ¿Cómo te los hiciste?

— No es nada —aseguró de manera evasiva al reacomodar los sentarse en la cama de Agustín—. Probablemente mientras dormía...

— Esto es nada —la interrumpió al colocarle la mano entre las piernas y presionarla de manera brusca—. Sé que te duele, ¿por qué no te quejas? —Inquirió al ver el rostro impasible de Eloísa—. ¿Quién te hizo esto, Eloya?

— No es lo que esperaba que me preguntaras tras estar conmigo —murmuró apenada, agachando la mirada y luciendo como una niñita regañada.

— ¿Sabes qué quiero?

— Una respuesta —expresó Eloísa al mismo tiempo que el tacto de Agustín se volvió más suave—. ¿Me quieres, Gusy? ¿Me quieres de verdad? —Indagó mientras sentía el peso de Agustín sobre el suyo—. ¿No piensas que soy un estorbo?

— Pienso que mereces algo mejor —pronunció y no lo hizo para que Eloísa le permitiera estar en su interior, ni para que ella se quedara toda la noche con él.

Agustín Hessler sólo dijo lo que pensaba y le permitió a Eloya guardar los secretos que quisiera guardar.


  

El lado equivocado del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora