CAPÍTULO 17

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CAPÍTULO 17

Me dirijo al gran armario y cuando lo abro, me sorprende el descubrir que sólo un vestido dorado y unas sandalias griegas de tacón alto, también doradas, ocupan su interior. Pongo el vestido entre mis manos, deseosa de probármelo y con miedo de estropear la delicada y suave tela que lo forma. Me quito el camisón, me pongo el vestido y tras colocármelo lo observo en el espejo. Tiene unos tirantes finos que rodean mi nuca, es ceñido hasta un poco más arriba de las rodilla y de ahí se suelta hasta llegar al suelo.  Realza la figura que nunca pensé que tenía y el color dorado me favorece como ningún otro.

De pronto llaman a la puerta, y nerviosa, dejo que pasen. Es Sarah, y me mira con sus puros y verdes ojos con determinada admiración, la admiración que se merece una Princesa.

-         Estáis preciosa, Princesa.

-         Cuantas veces tendré que decirte que me llames Alysa, y que me tutees.

-         Toda una vida me han enseñado y educado para tratar a los reyes, mi trato hacia vos será difícil de corregir.

-         Confío en que un día así sea.

Tras una sonrisa de verdadero afecto, me indica que me siente frente al tocador y ella comienza a cepillarme el pelo.

-         ¿En qué pensáis, alteza?

-         Pienso en lo alejado que resulta todo esto de la vida real.

-         Ésta es una vida real. – dice un poco desconcertada.

Río y prosigo.

-         Aquí sí lo es, pero el mundo en el que me he criado es muy distinto. Esta vida, una vida medieval, de princesas y reyes. Una vida de total fantasía… quedó atrás hace mucho tiempo.

-         Mi hermano me ha hablado sobre ese  lugar del que vos venís. Aquí, se han mantenido las costumbres y creencias de entonces. No es nada extraño.

-         Es como pasar a otra dimensión.

-         Es otra dimensión.

Con mis ideas algo más aclaradas, miro el recogido que me ha hecho Sarah en lo alto de la cabeza, con algún que otro rizo suelto.

Me calzo las sandalias y Sarah me acompaña por el confuso palacio, hasta llegar frente a una gran puerta. La sala del trono, debe ser esa. Antes de pasar, la dirijo una mirada con temor y ella responde con voz tranquilizadora:

-         El Rey es un hombre sabio, justo y generoso. Con esperanza de recuperar a su hija. Juro que cuando paséis por esa puerta y os reconozca, no habrá mayor ilusión para él que estar con vos y la Reina.

Aún con temor, cojo aire, lo suelto y Sarah abre el gran portón.

En el trono de la derecha, se encuentra mi madre, hoy con la misma apariencia que luce en el retrato que tantas veces he admirado desde mi cuarto en Neverhood. Una sonrisa tranquilizadora decora su rostro, pero aún así mi nerviosismo sigue en mi cabeza. Un hombre grande, fuerte, exactamente igual que el del retrato, con sus rizos dorados adornados por la corona real, ocupa el trono central y más grande. Sus anaranjados ojos me observan cautelosamente mientras avanzo a paso lento, controlando mi respiración. El Rey se levanta y avanza hacia mí. Cuando estamos frente a frente, da una vuelta a mi alrededor, mientras yo mantengo la compostura, recta, tensa. Vuelve a mirarme a los ojos, esta vez me coge la cara con sus grandes manos, y con expresión conmocionada dice al fin:

-         Mi niña. Mi querida Princesa.

Y seguidamente, con lágrimas en los ojos me envuelve entre sus brazos haciendo que mis ojos se humedezcan de emoción.

IGNIS; El Fénix de Fuego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora