°5

1.1K 106 179
                                    

Casey desde el nacimiento de Tigris, al ver sus ojos reflejados en los de ella siendo tan semejantes, algo dentro de el decidió en comprometerse en cuidarla y protegerla. Era como si su corazón y cerebro hubieran estrechado sus manos en un acuerdo formal, algo que casi nunca, por no decir jamás pasaba. Aunque fuera su prima la sentía como su hermana. La veía tan indefensa, tan vulnerable a cualquier peligro y tan...pequeñita, que imaginaba que una pequeña brisa la rompería en mil pedazos; pedazos que no podría juntar, y tenía miedo. En esos tiempos vivía a dos casas de ella y de sus tíos, visitandola todas las veces que podía; jugando con ella, enseñándole cosas, y alguna que otra vez le enseñaba una nueva mala palabra.

La llevaba y buscaba a la puerta de su colegio. Los padres de su prima siempre estaban ocupados y Casey estaba dispuesto ha cuidarla, así que se aprovechaban de su buena fe. También la llevaba a béisbol cuando ella sólo tenía 6 años; adoraba verla jugar y sentir que estaba a gusto con el deporte, era muy buena con el bate y era la más rápida. Y lo mismo que la llevaba a entrenar, el la llevaba a sus partidos. Que viera a su primo en acción. Recordaba con ternura los ojitos de color cielo de Tigris llenos de luz por la felicidad y admiración hacia él. Siempre le trataba cómo a su héroe, era su referente; adoraba esos momentos y los atesoraba. Cuando consiguió independizarse y largarse de la casa de sus insoportables padres, le dolió despedirse de una Tigris de 12 años, quien le imploraba que no se fuera, o tener en cuenta que podría llevarla con él. Le prometió que volvería para visitarla, que podría venir de vacaciones en su futura casa de Nueva York y que hablarían todos los días.

En un principio las llamadas y mensajes eran constantes (lo bueno de que los padres le dieran su primer móvil a los 11) y se enteraba de cómo estaba, de como le iba en general. Pero con el tiempo fue disminuyendo la comunicación; estaba muy centrado en llegar a su objetivo de ser un futuro detective de éxito en la Gran Manzana, con cada exámen fallido más tiempo de estudio y frustración se aumentaba en su vida. Creyéndose un fracaso, como le habían echado en cara muchos años desde pequeño; no quiso saber del mundo. Las veces que cogía el teléfono eran pocas, y se sentía horrible por eso, no tenía el valor de decirle a su prima que su "héroe" no superó lo que había prometido que sería.

Con el tiempo fue recapacitando y pensó en lo infantil que era y que no podía seguir revolcandose en su propia misera; debía escarbar y buscar oro y no sólo pensar que encontraría carbón. Con el paso del tiempo fue cogiendo esperanzas, creyendo en sí mismo, no dejando que simples bocas sucias le echaran toda la basura para que no pudiera seguir. Poco a poco volvió con entusiasmo. Da igual las veces que pudiera fallar, no volvería a quedarse en el suelo aunque cayera 100 veces; lo hacía por el y por Tigris, además de darles en toda la boca a todos esos subnormales de lengua rancia, eso era un caprichillo suyo.

Se dio cuenta en lo rápido que crecía; cada foto de Instagram; su cambio de voz a una más adulta; en su nueva forma de pensar... Estaba realmente acojonado, no era su princesa de siempre, no era la misma niña pequeña que podría proteger, no la vería siempre detrás de él para pedirle ayuda ni nada por el estilo. Ahora daba problemas, le mentía y parecía que su nuevo pasatiempo favorito era el de pelear con todos(sobre todo con el). Le costaba pensar que ahora Tigris estaba en lo que se llamaba: edad del pavo.

Había pasado unos minutos desde que llegaron a la guarida de aquellas tortugas. No podían estar más tiempo fuera, y menos con Tigris en shock total, además de que aquellas personas se habían quedado con la cara de la adolescente; estaba en extremo peligro. La sentaron a la fuerza en una silla. Ella sólo pataleaba y forcejeaba para que la dejaran tranquila.

-¡Tranquilízate guapa, sólo queremos que te sientes en esta silla!- una de las tortugas con la bandana naranja de nombre Michelangelo, intentaba relajar a la rubia, (que aún tenía la bolsa de tela roja en la cabeza) algo que era imposible. Entre el y su hermano Raphael la sujetaban de los brazos. Ambos eran muy fuertes y podían perfectamente con la escuálida joven, pero tampoco podían utilizar totalmente su fuerza; podrían dañarla. Pero a Raphael, que portaba una bandana roja casi total en su cabeza, se le iba las ganas de controlarse, para así noquearla de un sólo tortazo.

"Las Tortugas Ninjas":{El regreso}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora