— ¡Dan! ¡Tengo hambre! — gritaba una voz.
— ¡Danny! ¿Dónde está mi libreta? — replicó otra voz.
— ¡Hermanito! ¡Charly me ha quitado mi muñeca! — se quejaba otra.
— ¡Tranquilos, niños! Ahora voy a daros de comer — contestó Daniel.
— Está en tu habitación, Marcus, pero como está tan desordenada... — le explicó Daniel al niño.
— ¡Charly! ¡Devuélvele su muñeca a Daphne! — Daniel le regañó, devolviéndole después su muñeca a la niña.
— Y lo último de todo: Por favor. ¡Os he dicho mil veces que no quiero que me llaméis Dan, ni Danny, ni hermanito! Quiero que me llaméis Daniel. ¿Entendido? — avisó Daniel a los niños.
— Entendido, Daniel — corearon los seis.
Para Daniel, todos los días son una odisea. Desde que sus padres murieron, vive para sus seis hermanos. Su prioridad es cuidarlos y velar por ellos. Pero esto ha hecho que se pierda vivir una época muy importante en su vida: la juventud.
Él, lo único que quiere, es un pequeño rato de tranquilidad, de libertad. Relajarse un poco. Escapar de aquella tortura.
Quería cuidar a sus hermanos, porque no quería que les pasase nada malo. Por encima de todo, ellos son sus hermanos, los que llevan su misma sangre. La única familia que le queda.
Son pequeños y vulnerables, por lo que siempre tiene que estar pendiente de ellos.
Daniel se dirigió a la cocina, a preparar la comida para los pequeños y para él. Ya casi era la hora de comer.
Preparó una humeante y deliciosa sopa, plato tradicional en su Reino, el Reino de la Tierra. La ventana estaba abierta. Por ella pasaba el ambiente del clima templado del Reino. A través de la ventana se veían los altos y robustos árboles con sus troncos fuertes y la hierba verde que, con solo verla, te apetecería tumbarte encima y quedarte dormido allí.
— ¡Bah! ¡Odio la sopa! — se quejó el más pequeño.
— Hay que comer de todo, Simon — le contestó Daniel, y le dio un pequeño sorbo a la sopa.
Los niños no se estaban quietos en sus sillas de madera, sino que se estaban lanzando entre ellos miguitas de pan y estaban ensuciando muchísimo la mesa. Daniel decidió tomar medidas:
— Niños, ¡no se juega con la comida! — vociferó.
Por un momento se callaron, pero al rato más migas voladoras pasaron por encima de la mesa.
— ¡Ya basta! ¡Cómo no os comportéis, os quedaréis sin postre! — gritó Daniel, cansado.
— No, Daniel. No seas malo — dijo Daphne con su voz delicada y bajando la cabeza.
— Ya nos estamos quietos — dijo Coral.
Esta vez, sí que se quedaron callados y sin moverse. Pero todos acabaron con miguitas de pan dentro de la ropa, así que Daniel tuvo que bañarlos a los seis.
Normalmente, él iba a pasear al bosque mientras que los niños estaban durmiendo la siesta. De cuatro a cinco de la tarde, ya lo tenía memorizado. Pero esta vez no pudo ser. Estuvo toda la tarde ocupado con ellos.
Toda una tarde encerrado en la casa le agobiaba. Pasó muy lenta para él.
Por fin, la noche llegó y los niños fueron a dormir. Daniel iba a tapar con las sábanas a cada uno, y después les daba un beso en la mejilla, deseándoles las buenas noches.
Cuando todos se quedaron profundamente dormidos, Daniel suspiró. ¡Por fin, un poco de tranquilidad! Sabía que era peligroso, pero decidió salir a dar una vuelta por el bosque por la noche. Quería relajarse notando el olor a vegetación en la oscuridad de la noche.
Caminó, pisando la hierba verde. Siguió el camino que cogía siempre, y que le llevaba al mismo sitio al que frecuentaba ir.
¡Sí! Estaba igual que por las tardes, pero el camino parecía un abismo oscuro.
Se sentó en la hierba y apoyó su espalda en el tronco de un árbol. Miró el firmamento. Jamás se había fijado en lo bonito y lo impactante que era el cielo nocturno. Las estrellas relampagueaban. En su Reino, decían que cada estrella correspondía al alma de un difunto. Se acordaba de sus padres. Tal vez, alguna de esas estrellas fuesen ellos. Sonreía al pensar en ello.
Una tenue luz verde inundó el camino abismal. Daniel lo miraba atónito. Jamás había atravesado ese camino de día, y menos lo haría de noche. Pero la curiosidad invadió su ser. Tenía que averiguar qué era aquella luz verde.
Se levantó, caminó hacia la luz. Atravesó el camino. Cuando entró en el camino, ya no había luz. Pero quería saber qué había al otro lado del camino.
Llegó un momento en el que no pudo avanzar más. Se encontró con una valla altísima, de color negro. Miró al frente. Se quedó pasmado. Se aferró a la valla ¿Qué estaba haciendo allí?
¿Qué estaba haciendo él delante de la valla del cementerio?
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Los Cuatro Reinos
FantasiaFuego. Tierra. Agua. Aire. Los cuatro elementos. Los Cuatro Reinos. Unidos en uno durante años. Viviendo en armonía. Separados en la actualidad. Independientes entre sí. Cada reino cree que es el único que existe y que los demás desaparecieron para...