Ella no había dicho casi nada. Cuando llegamos al hospital, ya estaba casi todo el trabajo hecho. Me dijo el doctor que no me preocupase, que los padres primerizos siempre acababan resultando requerir también de asistencia médica últimamente. Que era niña, que tenía la cara roja más sana que había visto hoy, y que pesaba casi dos kilos, Era muy pequeña. Sus diminutos dedos buscaban aferrarse a los míos con toda su fuerza, su llanto era estridente. ¿Y la querida mamá? Estaba dormida, agotada después del esfuerzo.
¿Y la mamá? ¿Y la mamá?
Tengo que retroceder diez años para reconstruir lo que pasó.
Mi mujer yacía sin vida en el suelo de su habitación del hospital, sobre un gran charco de sangre. ¡Doctor! ¡Doctor! ¿Qué le ha pasado a mi mujer? ¡Respóndame!
Había otro bebé. Nunca lo vimos. Ha acabado desgarrado el útero, y un gran trombo ha entrado en el torrente sanguíneo a la vez que sucedía la hemorragia. Ha sido instantáneo... Era un resto. ¿Conoce usted que los bebés a veces absorben sus hermanos en el vientre? Pues ha pasado... A medias. No nos hemos dado cuenta de que estaba en peligro. No sabe usted cuánto lo siento. Lo siento muchísimo.
Un siete de febrero nació mi única hija, y murió mi mujer.