Arcoiris no.

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Llueve a cantaros, el estremecedor sonido lo confirma. Y parece que todos los techos se fuera a romper bajo este ritmo intenso y pesado. La lluvia hace de esta noche un ente negro y espeso, pero un negro muy oscuro, denso. En estas condiciones no se atreve a salir ni el hampa, que suele obrar veinticuatro horas. Pero en kilómetros no hay nadie. El que esté afuera se va a mojar hasta los huesos y se va a helar.

¡Y voila! Carlitos salió a la calle. A él no le agrada mucho eso de ver la calle toda llena de gente y de caos, por lo tanto este  es un momento ideal para salir. Hoy, al igual que todas las ocasiones en que las calles están solas, Carlitos sale con inmediatez a disfrutar de la espléndida ciudad. No tiene un programa claro, espera que la felicidad misma improvise.

Entonces abre la puerta, mira, sonríe, e inicia su camino. Sale con paso firme.
Al cabo una cuadra ya está empapado completamente, y se le dificulta mirar, pues ya tiene gotas entre las pestañas y el agua se le quiere meter a los ojos. Pero él, con sus manos frías, se despeja un poco y continúa.

Va dando brinquitos, vuelve a tener cinco años. Es como un niño de cinco años que a las tres de la mañana anda en una baldía calle de perdición jugando a no pisar los condones usados del suelo, a esquivarlos con sus brinquitos. Después, igualmente eufórico, patea una caja de licor barato por cientos de metros. La patea y corre con ella.

Pero, justo cuando el asunto de la caja había llegado muy lejos ( 4 cuadras), encuentra un nuevo paraíso. Una calle completamente rota, hecha casi escombros, llena de charcos, fríos caldos de agua y mugre. Que benévola es la vida con Carlitos, viene una alegría tras otra. Carlitos no desperdicia oportunidad, y hace brillar aún más sus zapatos de charol, saltando con vigor en medio de los charcos. Entonces Carlitos ya no está solo mojado, ahora también lleva el barro con él.

Carlitos tiembla y no puede mover sus dedos correctamente, está congelado. Salió a su paseo con ropa muy pesada y ahora esta, lejos de calentarle, lo tiene glacial. Pero ya ha sido mucho movimiento, las ropas le pesan y quiere sentarse un rato.

Entonces camina un poco más y llega al gran parque de la ciudad, en una banca se sienta. Las bancas son bipersonales, eso es importante, piensa él. Así, si llega otra persona que también decidió pasear un poco, podrá sentarse junto a él. Y ambos disfrutaría del espectáculo de los arboles derritiéndose bajo la lluvia, llorando frío. Pero que venga una persona solamente, ni una más, él no tolera a las multitudes.

Ya son las cuatro de la mañana, milagrosamente, para su favor, no ha escampado, pero debe saber usar el tiempo, pronto amanece y todo se hace afluencia.

Una vez hecha su pequeña escultura de mugrientas colillas de cigarro del suelo, se acuesta en el pavimento y hace angelitos. Siente ganas de nadar. Y nuevamente tiene un golpe de suerte, que no para de brillarle aquella noche, el desagüe de la ciudad está a tan solo cinco cuadras.

Llega corriendo con todas sus fuerzas, ansioso por zambullirse, y sin pensarlo se lanza.
El agua está sucia, espesa, tiene un olor nauseabundo, abunda la mierda. Las ratas lo acompañan, unas miran desde la orilla y otras lo acompañan al nadar. Carlitos ha llegado a su momento de éxtasis máximo. El delirio, el arrebato, la elevación y el encantamiento son   la síntesis de su pecho.

Pero ya son las cinco y pronto serán las seis. ¡Cómo se pasa el tiempo de rápido, cuando se es feliz! Pero hoy Carlitos olvida que el tiempo pasa. Carlitos olvida que va a amanecer. Carlitos nada con todas sus fuerzas y la felicidad lo engaña, le hace creer que lloverá para siempre y que esta noche oscura será eterna.

Pero tendrá que amanecer, Carlitos. Tu cuerpo ya no aguanta, tus ropas pesan en demasía en el agua. Carlitos busca su negro y lluvioso horizonte, busca su eternidad. Carlitos ignora. Carlitos olvida. Carlitos se hunde. Carlitos mira la lejanía. Carlitos exhala. Carlitos es parte de su paraíso. Carlitos se hace eterno.

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⏰ Última actualización: Feb 07, 2015 ⏰

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