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El vuelo a Venecia duró solo dos horas. Dos horas en las que le dio tiempo a revisar la ruta que debía tomar para llegar a uno de los pueblos más recónditos del Véneto. Tuve que tomar un tren que me llevase al pueblo más cercano, entre montañas, hasta encontrar el pueblo de Politano.

De noche apenas pude distinguir las casas de piedra que se levantaban entre las montañas, y casi no sabía hacia dónde dirigirme. Mis datos no llegaban hasta ese punto escondido de Italia, y tuve que caminar media hora desde la entrada del pueblo hasta encontrar los primeros retazos de civilización.

Era principios de junio, y aunque en algunas zonas era verano, allí seguía refrescando por las noches. La manga que llevaba entonces apenas me daba para refugiarme de los quince grados que marcaba el termómetro a aquella hora de la noche, así que me refugié en el primer establecimiento que encontré abierto. Un pequeño local que mantenía sus luces encendidas.

Saqué el diccionario español – italiano, y me entré. Había una muchacha de espaldas sirviendo copas cortas de vino a algunos clientes que aún seguían allí.

Buonasera. Puosso aiutarti?

La muchacha colocó las copas de vino en la mesa para los clientes sin apartar la mirada de mí. No tenía ni idea de lo que iba a decir porque, para empezar, lo único que sabía decir era los buenos días y las buenas noches, y además pensaba que solo había un término para dar las buenas noches, buonanotte, pero al parecer había más de uno.

Buona notte. Mmh... Sono arrivato... Y... Busco un... Hotel. ¿Hotel? —Se hizo el silencio en el bar, aunque los clientes hablaban entre ellos y solo tenía la atención de la muchacha que estaba en la barra.

Non capisco. Parli più lentamente, per favore contestó la camarera, secando los vasos mojados con un trapo.

Mi dispiace. Busco un hotel. Hotel.

Avrebbe ! La signora Arabella ha un ostello nella piazza della città.

Una cosa había entendido, y era piazza. No porque lo hubiese estudiado, sino porque las plazas en Roma se llamaban así. No debía haber muchas plazas en aquel pueblo, y suponía que bajando encontraría a alguien, pero no. Las calles estaban vacías, alumbradas por las tenues farolas de hierro.

Encontré el hostal, puesto que era el único establecimiento que no parecía estar cerrado a aquella hora. Por fin logré recostarme en una cama, aunque no fuese muy cómoda ni tuviese grandes lujos, pero tampoco los quería. Yo había ido a encontrar a la novia de mi abuela, y a decirle que, a pesar de todos los años que habían pasado, Candela la seguía queriendo.

*

La luz entraba por la ventana e iluminaba la estancia, despertando cada rincón de aquella habitación pequeña y austera en la que me hospedaba. Sentí los primeros rayos de sol rozar las puntas de mis pies y, poco a poco, fueron subiendo por mis piernas, hasta que el sol daba en mi cara. Apenas eran las diez de la mañana, y ese calor estival que entraba en el pueblo cada vez tomaba más fuerza.

Ducharme sería una buena forma de despejarme y quitarme el cansancio que llevaba acumulado aquellos días. La muerte de mi abuela, el viaje para encontrar la caja de su secreto más profundo y la llegada hasta este rincón de Italia me había dejado para el arrastre.

Quise prepararme algunas frases, al menos para pedir el desayuno.

Me enfundé los jeans y una camiseta básica, una gorra y las gafas, y salí al pueblo. La percepción triste y angosta que percibí de él ahora había cambiado por completo. La gente paseaba por la plaza del pueblo, los comercios estaban abiertos y las señoras cruzaban con las bolsas de la compra, los señores se sentaban en las terrazas de los bares a desayunar y algunos niños ya corrían calle abajo para jugar entre ellos.

carlinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora