Sucedió.

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Mi estado ya se adivinaba casi tan turbio como la noche en aquel garito donde tocamos.

Después de un concierto había que decantarse por esperar al día siguiente copa tras copa, o arriesgarte a que las garrapatas de las pensiones de aquellos lugares te comieran la espalda en la cama.

Yo no tenía nada que olvidar porque no tenía nada, pero el alcohol siempre era una buena opción y le ganaba la partida a dormir apenas unas horas y amanecer con dolores hasta en las pestañas.

Posiblemente me estaba cansando de esa vida solitaria, insana y peligrosa. Ya casi no era capaz de lamentarme por nada, estaba harta de estar harta. Asumí muchas cosas incluida mi suerte y lo peor que puede hacer alguien en la vida, me resigné.

Había algo que me encantaba hacer, aparte de tocar en directo un par de canciones cada fin de semana, me apasionaba observar a la gente de los bares. Me inventaba historias cuando dos miradas chocaban. O dos labios. O dos cuerpos. En aquellos lugares se veía de todo. Pero me gustaba especialmente cuando pasaba lo primero.

Las miradas hablan tanto... Son capaces hasta de gritar, de susurrar, de tranquilizar y de excitar, de pedir ayuda e incluso de pedir perdón.

Siempre me pregunté si una mirada en un bar podría desencadenar en una historia. Si una noche sucia de alcohol y de excesos podría juntar a dos almas que se necesitaran. Quería comprobar si existía la justicia poética y si podía llegar a merecer la pena alguna vez frecuentar aquellos lugares.

Justo a mi lado tenía a dos chicos jóvenes que ya apenas veían. Se dejaban llevar y uno de ellos ya no era dueño de sí mismo. Daba saltos sin sentido y sin parar. Ellos no se miraban si quiera, no era ese tipo de gente que me interesaba analizar.

Frente a mí había una pareja. También bastante pasada de rosca. Pero me gustaban. Cantaban aquella canción de Loquillo mientras se besaban. Se miraban, cantaban, se besaban, bebían, así en bucle toda la noche. Parecían contentos y tranquilos. Puede que ya vinieran juntos, o puede que aquel humo les hiciera coincidir. Les auguraba un amanecer placentero, fuera como fuese.

Más atrás un grupo de gañanes de barrio tenían hecho un corro. Emitían sonidos guturales y propios de chimpancés. La vista no me llegaba a ver qué es lo que jaleaban tanto, pero tampoco me interesaba demasiado, o de eso me quería convencer.

— Guapa ¿te pongo otra? — el camarero ya había intentado varias veces invitarme — a esta invita la casa, por lo bien que has tocado

— Ponme otra, pero no quiero que me invites — dije sin dejar de mirar a aquel grupo — ¿No les llamáis la atención?

— No, guapa, esa gente es la que nos mantiene abierto el garito — contestó el camarero levantando la voz — hay que hacer la vista gorda, aunque molesten

— Pues qué bien

Cogí mi copa, dejé el dinero en la barra y me acerqué a ellos con discreción y haciéndome la despistada. No fue ninguna sorpresa lo que me encontré. Una chica bailaba en medio de aquel corro. El líder de esa panda de trogloditas se acercó de forma brusca. Vi como metió sus manos por debajo de la falda de cuero de aquella muchacha y apretó con ímpetu su cuerpo mientras se contoneaba de forma asquerosa. Ella cerraba los ojos incómoda, pero a la vez siendo poco consciente de la situación. Casi no se sostenía en pie de todo lo que le habrían hecho beber y tomar.

— ¿Enserio preferís a una borracha que no se sostiene teniéndome a mí aquí? — dije casi sin pensar con el único fin de salvarla, no sé muy bien porque

Sin mencionar palabra, solo sonidos extraños, se giraron hacia mí todos de golpe. Sentí un miedo terrible, no lo niego, pero lo primero que hice fue mirar a aquellos ojos color miel y articular con mis labios un "vete de aquí".

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⏰ Última actualización: Jan 26, 2021 ⏰

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