El cumpleaños de una mariposa

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Lo primero que vio al emerger fue el cielo. No se parecía nada al cielo que conocía. Era azul oscuro, las estrellas se veían claramente, sin ninguna bruma que las cubriera, y en lo más alto brillaba un enorme lucero de color blanco. Sabía cómo se llamaba, la Luna, y quien le había hablado de ella fue justamente Lune. Sus palabras no se acercaban a la experiencia de verla. Quiso estirar una mano para intentar alcanzarla, pero ya no tenía manos. Ahora estaba en la primera etapa de su metamorfosis y no era más que una masa viscosa y amorfa cubierta de forúnculos. No estaba del todo feliz con ello, le habría gustado ser un niño un poco más. Pero el deber apremiaba, el señor Hades necesitaba que madurara pronto.

Además, no todo era malo. Ese día volvería a nacer no una, sino dos veces, y nada menos que en la mismísima Tierra, donde el tiempo se mide en días y meses. Tendría un cumpleaños.

*****

Las hadas se encontraban inquietas, nerviosas, pues habían vuelto al lugar del que vinieron. Myu escuchó el llanto de varias de ellas, almas que regresaban al lugar donde murieron. Deseó volver a tener labios para besarlas, pero todo lo que pudo hacer fue maximizar su cosmos para recordarles que él seguía allí, lo que bastó para consolarlas. Los niños inocentes al morir se convierten en mariposas. Son hermosas y pueden volar con libertad, pero nadie puede oír sus voces. Nadie excepto él. Él conoce el nombre y la historia de cada una.

No han tenido oportunidad de tener un propósito en vida, pero ahora lo tienen. Sigan a los caballeros resucitados, asegúrense de que cumplan con la misión. Serán mis ojos y oídos en este mundo. Juntos ayudaremos al señor Hades a cumplir con su cometido.

El señor Hades segaría la vida en la tierra. Ya no habría niños, pero tampoco adultos capaces de usarlos para satisfacer sus deseos carnales más bajos, ni para desahogar su furia en ellos con golpes, ni capaces de asfixiarlos por el simple hecho de que su llanto les incordiara. Se preguntaba qué comería cuando eso ocurriera. Odiaba a esos humanos, pero se había alimentado de ellos desde su primer nacimiento. De su carne, de su piel, de su grasa y de los gritos de agonía que pegaban cuando les enterraba sus afilados colmillos, les abría el vientre con sus garras y vomitaba sobre ellos ese ácido que derretía sus vísceras, convirtiéndolas en un licuado que le encantaba. Sí, se había hecho adicto a su sabor, y también era un glotón. ¿Pero cómo culparlo? Las orugas necesitan comer mucho antes de concretar su metamorfosis. Y él era todavía una oruguita, un muchacho en pleno desarrollo. 

Debía evitar pensar en eso o le daría hambre y no podría concentrarse. Tenía que asegurarse de que Athena fuera eliminada, tenía que enfrentarse a ese caballero del que Manthys le había hablado, ése que como él también controlaba la psicoquinesis. Confiaba en que tendría tiempo para pasearse un poco por la Tierra una vez que lo hubiese hecho, antes de que se sumiera en las tinieblas. Entonces buscaría algo para comer, conocería el sabor de los hombres vivos. Tendría un banquete de cumpleaños.

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Su encuentro con Mu de Aries no fue perfecto. Seiya de Pegaso y los inútiles de Giganto y su séquito estaban ahí. ¡Siendo que había dicho claramente que quería ser quien se enfrentara a él! A veces creía que no lo tomaban en serio por ser el menor de los espectros, pero él era superior a cualquiera de las otras 107 estrellas del mal. Él había surgido en las Malebolges, había brotado de la inmundicia que goteaba de las almas viles que acababan en el Hades. Se había alimentado de lujuriosos, iracundos y avaros, que lo habían hecho hermoso, de colores vistosos y brillante como el oro respectivamente. Era perfecto y enteramente infernal. ¡Nadie más que él merecía el honor de acabar con ese caballero dorado! Giganto intentó cuestionarlo, pero terminó por irse y él pudo presumirle a Mu su habilidad paralizando su cuerpo. Pegaso se quedó molestando un poco más. 

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