DÍA 8 - DESPUÉS

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Me había despertado pensando en el encuentro de la noche anterior con Eva, y ya tenía ganas de cancelarle todo. No tenía fuerzas ni para levantarme y tendría que ordenar el departamento porque, desde que te marchaste, todo seguía igual. La visita de tu madre había sido buena, pero ella tenía todo el derecho a ir. Meter en nuestro hogar a una desconocida me parecía una falta de respeto a tu persona. Todo se había vuelto complicado y extraño. Los días soleados parecían grises; la soledad se sentía bien porque no era necesario aparentar estar entera, estable. No era fácil seguir en pie cuando te faltaba la otra mitad.

Toda la adrenalina que había tenido el día anterior parecía haberme dejado con menos energías de las que mi cuerpo tenía habitualmente.

A mi celular le seguían llegando mensajes de amigos y familiares. Mientras comía la pizza fría sobrante de la noche anterior (exactamente tus porciones), les respondí a algunos de mis amigos más cercanos y a mi familia. Les dejé en claro a todos que no estaba de ánimos para hablar por teléfono ni por video llamada. Carla, nuestra mejor amiga, me pedía que me juntara con ella así salía un poco y compartíamos nuestra pena. Es muy difícil entender el dolor del otro cuando nunca lo has vivido.

Muy a mi pesar, acomodé un poco la sala de estar y la cocina, y limpié por arriba el baño. Me aseguré de tener café y de que la leche no estuviera rancia. Una vez hecho todo, me duché y esperé tranquila a que Eva llegara. No sabía si iba a ser capaz de tolerar una presencia ajena dentro del departamento, las dudas e incertidumbres se empezaban a convertir en nervios y crecía la sensación de cancelar todo y no abrir. Pero, por suerte, tocaron el timbre.

—Perdón por aparecer antes —me dijo Eva cuando abrí la puerta—. Estaba aburrida y lista y decidí venir.

—Hola, Eva. No es molestia. Yo ya estaba esperándote. Pasa.

Sus ojos turquesa transmitían paz y serenidad. Los nervios, que se estaban apoderando de mí, desaparecieron al verlos. Una vez dentro, atinó a sentarse en tu sillón, pero, en vez de eso, dejó apoyada allí su cartera.

—Traje unas masas finas para comer con el café. ¿Te gustan? —Apoyó el paquete sobre la mesa ratona y me observó.

—Sí, claro que sí —respondí—. Menos mal que trajiste porque me acabo de dar cuenta de que solo tengo unas galletas saladas.

—No podía venir con las manos vacías, menos después de que me aceptaras en tu departamento siendo una total desconocida. —Su mirada recorría el lugar y observaba las fotografías, nuestras fotografías.

—¿Quieres llevar el paquete a la cocina así las ponemos en un platito y me ayudas a preparar el café? No sé cómo te gusta.

Cuando entramos a la cocina, la reacción de Eva fue de sorpresa. Realmente estaba asombrada. Para ser un departamento bastante económico (lo que podíamos pagar para que nos quedase plata para poder comer), la cocina era bastante amplia y cómoda.

—¿Por qué tu departamento tiene una cocina tan espectacular y el mío tiene una cocinita de dos por dos? -Eva observaba la mesada, la mesa, y la gran ventana que iluminaba todo el lugar.

—Creo que el dueño no estaba muy al corriente de los precios actuales de las cosas cuando nos lo alquiló, porque realmente pagamos menos de lo que deberíamos.

—¿Pagamos? —Me miró con cara intrigante. Por supuesto que había observado nuestras fotografías, pero yo aún no te había mencionado.

—Benja, mi novio, y yo.

—Ah, pensé que vivías sola. Te he visto entrar y salir solo a ti desde que me mudé.

No quería tener esa conversación con ella así, de una, sin hablar primero de cosas triviales sin mucha importancia. Eso SÍ que era importante y no sabía si me encontraba fuerte como para hacerlo.

MIS DÍAS SIN TI ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora