Sodio. Johndo

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Irene podía considerarse a si misma, la mujer más feliz de la Tierra. Castaña, alta, con una belleza inigualable, modales y valores; proveniente de buena familia. Con buenas notas en la universidad, con amigos y amigas allí por dónde fuera y sobretodo, con un novio magnífico. Doyoung era su nombre, y ella estaba segura que llegarían hasta el altar completamente enamorados.

Y no era para menos, el chico la trataba como a una reina, llevaban saliendo aproximadamente dos años y en todo es tiempo, han sido la pareja más romántica y perfecta de todos los tiempos.

Para la castaña era como vivir en un cuento de hadas, con magia, canciones ilusionadas y brillos incluidos, porque su novio era de lo más caballeroso y educado, tenía sentido común y comprensión, no era algo que podías encontrar en cualquier hombre, y ella lo apreciaba.

Y también era romántico a más no poder. Doyoung siempre era muy atento con ella, la invitaba a desayunar, comer y cenar cuando ambos podían, iban a citas, le ayudaba con las tareas gracias a que iban en la misma facultad, la acompañaba a casa, se llevaba excelente con su familia y sus amigas y viceversa, tenía un sentido del humor único, y de cariño y comprensión también. Y ella lo adoraba con toda el alma.

Principalmente porque también eran mejores amigos, se complementaban muy bien, podían pasar horas riendo y haciendo bromas internas que solo ellos como mejores amigos entendían; estaban ahí el uno para el otro cuando tenían problemas y se apoyaban incondicionalmente; charlaban durante horas sobre temas profundos o simplemente se ponían a chismear como señoras. Y sobretodo tenían plena confianza para ser ellos mismos sin ningún problema. Irene estaba agradecida de haber encontrado a tal muchacho pelinegro que le alegraba todos y cada uno de sus días, y ella haría hasta lo imposible para que de igual manera, Doyoung fuera feliz también.

Debido a que pasaban casi todos los días juntos, ya sea en la facultad, la casa de la castaña o el departamento del pelinegro, Irene podía jurar por lo más sagrado, que conocía al chico como ni el mismo podría hacerlo, tenía una facilidad para leerlo como si fuera un anuncio fosforescente, el pelinegro, así como era de atento con ella, era en misma cantidad despistado consigo mismo, por fortuna ella sabía lo que él quería incluso antes de que Doyoung mismo lo supiera, y también podía cuidar de él como si de un bebé se tratara.

Por eso, ella se dió cuenta cuando sucedió.

Fue en la fiesta final de semestre de su facultad, la noche donde montones de personas se reunían en la casa de la fraternidad en afán de divertirse y pasar un buen y caótico rato, en esas fiestas había alcohol como para un coma etílico y sustancias dudosas que los ponían más eufóricos, y como ya era costumbre, ellos dos iban juntos con algunos amigos en común. Irene sabe que esa noche la pasaron demasiado bien, bebieron, se mezclaron con sus amigos y compañeros y en todo momento no soltó la mano de su novio, pues bien sabía que una de las tantas formas en las que se complementaban, estaba que, así como Irene iba por el mundo haciendo amistad con todos, Doyoung era más bien tímido y su círculo no iba más allá de Taeyong, Kun y Renjun. Por lo cual procuró estar con su novio, llevándolo de aquí para allá divirtiéndose ambos.

Irene hasta el momento no sabe si fue o no buena idea salir al jardín trasero donde estaban mayormente algunos amigos de la facultad de lengua, allí ella conocía a Yuqi y su novio Lucas, por lo que se aproximaron a saludar, ellos estaban en una bolita de gente, probablemente de la misma facultad, pero nadie que no pudieran ser nuevos amigos.

Su mano estuvo entrelazada con la mano suave de Doyoung en todo momento, por lo que sintió cómo éste se tensó cuando estaban saludando a todos allí y haciendo presentaciones. No le dió mucha importancia y siguió escuchando atenta a Yuqi presentarles a los chicos que rodeaban.